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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Dejemos a los niños tranquilos

Hay personas que se esfuerzan por disfrutar del momento. Incluso tratan de alargarlo. Hay otras que siempre tienen un ojo puesto en el futuro. Entre estos últimos, están los progenitores que urgen a sus hijos a que maduren rapidito. La fórmula para lograrlo es decir "ya eres mayor". Si a un niño que tiene miedo, pide ayuda para acabar una construcción o llora desconsoladamente porque ha perdido algo, le decimos que ya es demasiado mayor como para sentir, necesitar o pedir lo que siente, necesita o pide le estamos exigiendo por encima de sus posibilidades. Sobreprotección aparte, me cuesta entender, e incluso me molesta, la manía de hacer que los niños en determinadas situaciones actúen y parezcan mayores de lo que son.

Heidi y Marco fueron el principio de un fin. Los dos referentes televisivos de mi infancia eran un foco de tristeza y de decepción. La primera, huérfana. El segundo, buscando como un loco a su madre. Menos mal que Mazinger Z y su compañera, Afrodita A, sosegaron el panorama de lo que mi madurez era capaz de asimilar. Los buenos ganaban y los amigos se apoyaban. Me alegro de no haber crecido con Master Chef Junior. Tengo dudas sobre la función educativa de una televisión pública que impulsa, con bombo y platillo, que los pequeños compitan según las reglas de los adultos. Estoy convencida de que esa competitividad tiene resultados nocivos. Niños que ejercen de modelo de otros tantos y que ya gesticulan, se comportan y se mueven por valores de mayores. Concursantes que deben enfrentarse a despellejar un conejo, cortarle la cabeza a una anguila y a una expulsión (con el evidente llanto desconsolado) en horario de máxima audiencia. Aunque no sé si se puede esperar mucho de un ente que pagamos a escote y emite un programa como Telepasión, que ya ha sido denunciado por difundir una imagen burda, sexista y estereotipada de enfermeras ataviadas con faldita corta y de mujeres casi en pelotas.

Ante estos antecedentes, tampoco debería extrañar tanto que las tiendas de ropa famosas, famosísimas, expongan modelitos que convierten a niñas menores de diez años en auténticas Lolitas. No defiendo la vuelta a la falda pantalón, pero entre aquello y un vestido entallado de lentejuelas hay todo un océano de oportunidades. Chirrían, y mucho, los primeros planos de niñas maquilladas que sacan morritos ante la cámara y posan como si fueran adultas. Es feo y peligroso promocionar imágenes en donde se instrumentaliza a los menores y se transmiten imágenes con tintes sexuales fuera de todo contexto. Que los progenitores lo permitan es entristecedor. Que entre todos lo promocionemos es preocupante.

Que se defienda, se eduque y se proteja la intimidad de los niños. Que se respete el desarrollo individual y sus ritmos. Que se fomente la creatividad y se premie a los que dejan volar la imaginación. Que se impulse la espontaneidad. Que haya un equilibrio entre esfuerzo y resultado. Que no den la vara con la competitividad. Que no se imponga la dictadura de la estética cuando se es libre para ser como uno (y, sobre todo, una) es. Con chándal, camiseta o pantalón corto. Sin morritos, ni poses. Más jugar a la pelota y menos postureo. Para esto último ya habrá tiempo de sobra.

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