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Juan José Millas

Un peso muerto

Nunca los ascensores nos habían dado tantos disgustos ni tanto tema de conversación.

-Mejor voy por las escaleras -dice el vecino al que franqueabas educadamente el paso.

Una cosa es subir las escaleras por vocación y otra por miedo. Las escaleras las teníamos olvidadas hasta el punto de que en algunos edificios ni siquiera aparecen a la vista. Estuve hace poco en un hotel en el que había que llevar a cabo una batida para dar con ellas. Comenzaban a parecer cosa de otro tiempo. Es posible que los arquitectos estuvieran pensando en su eliminación dada la fiabilidad que venían ofreciendo los ascensores desde tiempos inmemoriales. Podían tener fallos, desde luego, incluso quedarse entre piso y piso, pero lo que no hacían nunca era desplomarse, pues se habían inventado unos frenos que actuaban como el movimiento involuntario de los párpados cuando se hace preciso lubricar el ojo. El freno automático de los ascensores, a la menor anomalía, se cerraban sobre los carriles como la pinza de un cangrejo sobre el palito con el que lo provocas.

Pues no, ya no se aferran. Caen a plomo con independencia de la gente que lleven o de lo que les mande el ordenador de a bordo. Se supone que están controlados por alguna forma de inteligencia artificial, pero los desastres que producen son analógicos. ¿Y todo esto por qué ocurre ahora, cuando el ascensor había devenido en un medio de transporte más seguro que el avión? No lo duden ustedes ni un instante, lo hemos dicho otras veces: por falta de mantenimiento. En otras palabras: por los excesos de la economía liberal. Así empezaron también a descarrilar los trenes en la Inglaterra de Margaret Tatcher, para quien el mercado lo regulaba todo. El mercado, pobre, no llega a la ley de la gravedad. Le gustaría, pero aún no se ha descubierto el modo de que esta ley deje de funcionar en el interior del hueco de los ascensores. Si arrojas una moneda desde el sexto piso, se precipita hasta el fondo. Y si no cuidas con regularidad su mecanismo, la caja cae también como un peso muerto que mata o hiere gravemente a sus viajeros. Mejor suba usted por la escalera.

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