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Gimferrer versus Lorca

Pere Gimferrer es el poeta que todos -en algún momento de nuestra vida- hubiéramos querido ser. Al menos en mi generación y la inmediatamente anterior. Así fue en el pasado: padecimos, encantados, su fiebre; sufrimos de mimetismo agudo y perseguimos su rastro y consejo ahí donde Gimferrer hablara: algo así es el papel del maestro, en un país donde los maestros brillaron por su ausencia. Me refiero a los años setenta, porque la generación de Gimferrer -anterior a la nuestra- sí los tuvo de manera más marcada. Los tuvo en algunos miembros de la Generación del 50 y también en Vicente Aleixandre, con las puertas de Velintonia siempre abiertas. Por tanto podemos decir que Pere Gimferrer ha tenido un papel imprescindible en un par de generaciones de poetas españoles. Tanto a través de sus libros como de sus artículos, tratara en ellos de cine, de novela, de autores clásicos o del París de 1900.

Pero al principio he dicho todos y no es cierto. Todos menos los que aborrecían de la poética gimferreriana y hablaban con desprecio de venecianismo, como ahora continúan haciéndolo de culturalismo, pero callan ante el nombre de Gimferrer porque el poder siempre provoca cierto temor y Pere Gimferrer, durante años, ha acumulado bastante poder en el mundo de la edición literaria. Es académico de la RAE, consejero editorial, jurado de premios importantes y voz a la que se escucha?- E incluso algunos de ellos se han doblegado -coyuntural o hipócritamente, no lo sé- ante los últimos libros de Gimferrer -publicados algunos en Seix Barral, como se publica una novela- y han mostrado su deslumbramiento y al mismo tiempo su desconocimiento del primer Gimferrer. El esencial, el origen, el más potente, el que pasó de una lengua a otra -del castellano al catalán- sin perder intensidad poética y, encima, humanizando su primera poesía a través del erotismo paziano -de Octavio Paz- y la reflexión de tintes eliotianos -de T.S. Eliot-. El que desembocó en esa maravilla titulada Mascarada. Nunca ha habido en España un poeta que dominara los registros poéticos de las dos lenguas -castellano y catalán- de tal manera que los enriqueciera a ambos, enriqueciendo de paso a los poetas -es decir a la poesía- posteriores a él. Nunca lo ha habido antes que él y me extrañaría que lo hubiera después de él (y algún aspirante -mucho más mediocre de lo que creen los lectores de poesía de nuestro país- ha habido).

El verdadero cambio poético del país -el que hizo que la postguerra quedara atrás y Europa y el mundo delante de nuestros ojos- fue la antología Nueve Novísimos, de José María -así la firmó pero si quieren Josep Maria, tanto da- Castellet. El título procedía del libro Novíssimi, del poeta italiano Edoardo Sanguinetti, pero el espíritu de aquella antología fue Pere -entonces aún Pedro (sólo escribía en castellano)- Gimferrer. Fue Gimferrer quien sugirió, apuntó y decidió la mayoría de los nombres que allí figuran y que renovarían con gran fuerza la poética española contemporánea. De entre los poetas que se quedaron fuera, pudiendo haber sido incluidos, hubo dos tendencias: la de quienes siempre se han mostrado deudores de Gimferrer y la de los que siempre han abominado de Gimferrer hiciera lo que hiciera. Por tanto también ahí puede decirse que la poesía española -incluso la posterior: la llamada de la experiencia y la de sus contrarios, no sé la más joven de ahora- pivotó, a favor o en contra, alrededor de la poética gimferreriana como si fueran anillos y Gimferrer, Saturno. Que algo de eso hay, por mucho que sus críticos lo nieguen.

Después el poeta Gimferrer se pasó al catalán -su otra lengua- y lo hizo con una originalidad y brillantez únicas en sus cuatro primeros libros de poemas y en aquel primer Dietari -ya en prosa-. Y siguió influyendo en el resto del país cada vez que era traducido, cosa que por desgracia no suele ocurrir con la literatura catalana. Con él, en cambio, sí. Recuerdo incluso -y fue en 1973, hace ya la friolera de 44 años- cómo asistiendo yo en Granada a la presentación de un libro de poemas en caló, el presentador citó la poesía catalana de Gimferrer y su transformación como modelo de lo que podía pasar -positivamente- en Andalucía con la poesía gitana. Y esto no lo sabe ni él, que lo sabe todo. Recuerdo ahora aquel encuentro en una cueva del Sacromonte, con periodistas, dos parejas de hippies, y algún poeta granadino y me viene a la mente Lorca. Gimferrer acaba de ser premiado esta semana con el Premio Internacional García Lorca de Poesía en su XV edición y es por eso que escribo sobre él ahora.

Pere Gimferrer siempre fue un apologeta del lorquiano Poeta en Nueva York y esta semana se encuentran ambos en el premio que lleva el nombre del granadino. Es otro círculo más y sobre él podría escribir algo más. Como se podría escribir de la etapa María Rosa - L'agent provocador- de Gimferrer y de la etapa Cuca de Cominges - Interludio azul- de Gimferrer, como quien habla del Picasso azul y del Picasso rosa. O del Picasso cubista y el figurativo. Pero solo escribiré, para acabar, refiriéndome, cómo no, a su paso por Mallorca. Aquí hizo el servicio militar, evocó a Llull y a Rubén Darío, visitó una y otra vez la Librería Logos -'recuerdo un pasaje con árboles al fondo', me dijo un día por teléfono-, conoció a Cristóbal Serra, observó a Llorenç Villalonga por las calles del barrio de La Seo y estuvo hospitalizado en el antiguo Hospital Militar de Palma, en la calle dels Oms. Yo no sé si en las horas muertas en el claustro acristalado del hospital, Gimferrer releía a Lorca, pero sí que algo de Lorca se publicó en Brisas, la revista que dirigía Villalonga antes de la Guerra civil, con lo que son tres, aquí, los círculos que se cierran.

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