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Una playa urbana

La playa de Ca´n Pere Antoni vuelve a sus orígenes, en su particular viaje al pasado. Si usted desea darse un baño turbio y le da pereza desplazarse a otras playas de "ensueño", la ciudad de Palma, la mejor ciudad del mundo para vivir según palabras de quienes no la conocen, nos ofrece una playa a la que uno puede llegar caminando, galopando, en bicicleta o en patinete. Sin embargo, sus espumas están bajo sospecha debido a un constante y silencioso vertido de aguas fecales y basuras disueltas que van infectando esta zona del litoral palmesano. Un litoral que no impide que algunos lo paseemos con sumo placer de ciudadanos que sueñan con ser un poco turistas en su propia ciudad. El rosario de porquerías que habita la playa es bastante extenso: desde toallitas humedecidas hasta esa clase de bastoncillos que sirven para que nos hurguemos los pabellones orejeros en busca del cerumen que atasca nuestra capacidad auditiva. Por no hablar de los restos de un papel que, sin lugar a dudas, ha dejado de ser higiénico y que ahí se queda, sobre la arena o sobre la pendiente de maleza.

Gracias a algunos ciudadanos de bien, que realizan de vez en cuando batidas de limpieza, recogiendo toneladas de porquería, la playa aún parece presentable. Una playa digna de ser recorrida y sus aguas nadadas, aunque esto último con serias reservas. Una auténtica playa urbana, siempre presidida por el indeciso y ruinoso edificio de Gesa, ese mamotreto llamado Palacio de Congresos y el digno parque dedicado a Albert Camus. Un lugar que va ganando en frondosidad. Por cierto, la incompetencia de las autoridades palmesanas en asuntos de parques es digna de estudio. Valencia, una ciudad eminentemente mediterránea, exhibe un parque envidiable que arranca del centro de la ciudad y llega hasta El Grao, ya cerca del puerto. Palma desconoce las frondosidades, y sus árboles parecen más bien escobillas de WC que otra cosa similar a algo vegetal. Aquí, sin duda, apostamos por los parques duros, sin contemplaciones. Así no gastamos en agua.

Pero sigamos hablando de esta hermosa playa en la que van desembocando nuestros vertidos más inconfesables. Algunos aseguran que lo peor de todo no es la basura manifiesta, sino esa contaminación invisible que va deteriorando las aguas de la mejor ciudad -y disculpen la tos y el atragantamiento- para vivir. Por lo visto, en la playa de Ca´n Pere Antoni uno puede encontrarse con incrustaciones de dudoso origen, solidificaciones de orden escatológico, plásticos quemados y demás ingredientes sabrosísimos para que esta sopa sea lo más sustanciosa posible. Por supuesto, seguiremos paseando este litoral y admiraremos la voluminosa, humeante y tóxica maniobra del crucero de turno, además del gracioso zigzagueo de las hábiles y bellas patinadoras y corredoras. Y, cómo no, descenderemos hasta la orilla para pisar la arena y sentir cómo los músculos se van endureciendo mientras caminamos.

Es cierto que a una playa urbana no puede exigírsele tanta pureza. Ahora bien, de ahí a reconvertirla en un vertido de aguas fétidas hay un buen trecho. Este articulista que viste y calza siente cierta debilidad por esta playa sin ensueño alguno. Precisamente, debido a su aspecto eminentemente urbano y vulnerable a los residuos tóxicos. Las playas urbanas son espacios asequibles a cualquier peatón desesperado, solitarios en busca de horizonte y aire salitroso, seres que alimentan su melancolía viendo zarpar los barcos, bañistas que no quieren sumarse a los vehículos atascados en la Vía de Cintura, esa vía que, por lo visto, los conducirá a una cala recóndita, y disculpen de nuevo el ataque de tos y el correspondiente atragantamiento. Por ser urbana, esta playa de Ca´n Pere Antoni necesita mucho más cariño. Un cariño, si quieren, nada impostado ni cursi, sino más bien urgente.

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