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Antonio Papell

¿Qué hicimos mal en Cataluña?

Resulta razonable cavilar sobre lo que se hizo mal en Cataluña , porque esta reflexión puede ayudarnos a no cometer de nuevo viejos errores

En la hora actual, la aplicación del artículo 155 de la Constitución es, lamentablemente, la única vía que el descarrío soberanista ha dejado expedita a las instituciones españolas para reconducir la situación. Objetivamente, se ha producido un claro abandono del principio de legalidad al aprobar el Parlament de Cataluña los instrumentos de la secesión de manera ilegal: se dictaron normas al margen del procedimiento, sin disponer de competencias sobre ello y en contradicción con el ordenamiento jurídico vigente. Y la celebración de un referéndum también ilegal y la perspectiva cierta de una ruptura no dejaba otras opciones. En definitiva, el cuerpo constitucionalista ha actuado como debía para salvar el régimen del 78, que no ha perdido un ápice de legitimidad aunque necesite algunas reformas que lo modernicen, y que no son precisamente las que querría el heterogéneo independentismo catalán.

Quizá se podía haber actuado de otra manera y haberlo hecho antes, pero ya no tiene sentido llorar sobre la leche derramada. Pero sí es razonable cavilar sobre lo que se hizo mal, porque esta reflexión puede ayudarnos a no cometer de nuevo viejos errores y a tomar las decisiones atinadas. Santos Juliá, probablemente el historiador que mejor y con más lucidez ha descrito nuestro devenir contemporáneo, ha concedido algunas entrevistas al respecto de las que cabe aprender mucho. Y uno de los asertos más realistas que ha deslizado en sus opiniones es el de que "cuando hay políticas que resultan en crisis profundas no suele haber un solo culpable". Y tras sugerir que la lista de equivocaciones es larga, añade: "Están el tripartito levando las cosas al límite de lo posible al principio y, al final, la denuncia del PP ante el Constitucional". En otro lugar, Juliá afirma que "no sé la solución pero en Cataluña lo que ha fallado es la política".

Lo cierto es que cuando arranca la Transición no existe reclamación independentista significativa. La única "autodeterminación" de la que se habla en el primer debate de política general, en 1977, es la del Sáhara Occidental. Y las aportaciones del nacionalismo a la Constitución son bastante más que simbólicas, dado que entran en aspectos esenciales a través, sobre todo, de Miguel Roca, un personaje de gran altura intelectual y de extraordinaria solvencia política. El "café para todos" de Clavero Arévalo fue el primer gran error, porque engendró una competición que no existía (Andalucía mordió el señuelo y no quiso ser menos que Cataluña), pero la verdadera crisis empezó a partir de 1996, y por razones económicas: la reforma de los Estatutos empezó por las quejas frente a la financiación, y Aznar agudizó la tensión en su segunda e infausta legislatura. El resto de la historia es conocida: Maragall firma el tripartito en 2003, animado por un Zapatero que no sabe aún que gobernará poco después, y emprende una descabellada reforma estatutaria que: a) rechaza solemne y ostentosamente a través del Pacto del Tinell la participación del PP en el proceso -hasta entonces, existió un consenso sobre el sistema de organización territorial-, y b) incluye una reforma constitucional encubierta. El Estatut, que desborda claramente la carta magna en algunos aspectos que sin embargo no son decisivos, es recurrido ante el Tribunal Constitucional por el PP, y -por una disfunción de la propia Constitución„ la sentencia que recorta el Estatut llega bastante después de que el texto original haya sido ratificado (con bien escaso entusiasmo, por cierto) por el pueblo de Cataluña.

De aquellos polvos provienen estos lodos. La crisis económica abona el populismo, también en Cataluña. CiU, la formación moderada de centro-derecha que había sido hegemónica durante toda la etapa constitucional estalla y se desvanece al descubrirse que Jordi Pujol ha sido desde antiguo un viejo defraudador, que ha acumulado un exorbitante patrimonio familiar. La inquina genera incomunicación. No ha habido canales abiertos entre Madrid y Barcelona desde 2011. La política ha brillado por su ausencia ("los Gobiernos de España no han hecho política en Cataluña", acaba de declarar Josep Piqué). Y hoy estamos al borde del abismo. Quizá no sea razonable que nos arrojemos todos por el precipicio.

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