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"Yo creo"

Complete, por favor, la siguiente frase "daría mi vida por?". Si lo que ha pensado escribir en el lugar de los puntos suspensivos es "mis hijos" o "mi familia" es que hay algo de cordura en su cabeza. Pero si han escrito algo tal como "mi patria" o "mis ideas" (cualesquiera que sean), es fácil comprender que usted es un fanático que tiene mucho en común con locos tales como el Kim Jong-un de los cohetes, o como los fanáticos que cada pocas semanas llenan de sangre nuestras calles.

O, ya que estamos en eso, como los estúpidos que están dispuestos a ser apaleados por la policía por separarse de los estúpidos que jalean a esa policía para que defienda la idea de un país que, si hay algo de lo que puede estar seguro, es de haber sido un perdedor histórico. Por eso mismo, por hacer que las ideas sean más importantes que la vida de sus ciudadanos y se conviertan en estúpidas razones por las que vale la pena morir y matar.

Se supone que los seres humanos son seres racionales, que usan la cabeza más que las pasiones. O, puestos en plan "profesor de neuroanatomía", y perdón por la pedantería, que la corteza cerebral -uno de los rasgos distintivos de la especie humana- está por encima del sistema límbico, el conjunto de regiones cerebrales que controlan las pasiones, el amor y el odio.

Pero alguien dijo alguna vez que "la corteza cerebral humana cabalga sobre el sistema límbico como un jinete sobre un caballo sin riendas". Lo que significa que los seres humanos tememos la cainita capacidad de ser incapaces de controlar nuestros amores y nuestros odios. Y mucho peor, nos encanta seguir a cualquier cabecilla que descubre como esclavizar nuestro sistema límbico -y, de paso, nuestro cerebro entero- para que odiemos a "los otros" y amemos a "los nuestros", cualesquiera que sean los rasgos distintivos de la "otridad" y la "nuestridad", y perdón por los palabros que, espero, hayan sido entendidos.

Así, demasiadas veces ocurre -la historia está llena de ejemplos- que aparecen sujetos que descubren ideas -verdaderos virus mentales- con capacidad de anular la razón de cerebros cuyos propietarios, a partir del momento de ser infectados, están dispuestos a matar o a morir matando. Y en este punto estamos ahora, con un presidente inepto que, con cada palabra que pronuncia y con cada acto que ordena, fortalece más la loca idea del otro que parasita el cerebro de los suyos y los convence de que el orgullo y los sentimientos están por encima de cualquier razón.

Somos animales con un gran cerebro y con una gran corteza cerebral que tiene una capacidad infinita, no de razonar, sino de dar apariencia racional a lo que no son más que pasiones elementales iguales las que controlan al comportamiento de cualquier otro animal. No sé si he sido el primero en afirmar que "los humanos preferimos creer antes que saber" pero ahora necesito repetirlo. Nuestro sistema límbico obliga a inventar razones para justificar todas nuestras más bajas pasiones y, en el momento en que empezamos una frase con el "yo creo" estamos dispuestos a mantener nuestros credos aniquilando al otro cuya respuesta empiece con otro "yo creo". El discurso es completamente inútil. Desde el viejo Ramon Llull, sabemos que no se puede demostrar la superioridad de los "yo creo" de los musulmanes frente a los "yo creo" de los cristianos, de la misma forma en que es imposible derrotar mediante la razón a nadie que se escude en su "yo creo". Parece que la triste realidad es que los "yo creo" sólo desaparecen cuando las cabezas de unos creyentes caen el suelo cortadas por las espadas de los otros. Sólo entonces queda un único credo que se convierte en verdad, no por ser una verdad absoluta, sino por ser la penosa verdad del más fuerte.

En esas estamos. En las manos de dos ineptos que han sido capaces de infectar los cerebros de dos grupos irreconciliables que defienden credos diferentes. Pero mucho peor, puesto que hay infinitos "yo creo", están abriendo las puertas del infierno a otros que, con la misma irracional esperanza de convertirse en verdades absolutas, intentarán conseguirlo mediante el procedimiento de cortar las cabezas de quienes mantengan "yo creos" diferentes. Todos contra todos; la hidra de cien cabezas está despertando.

Debería aparecer inteligencia suficiente para comprender lo estúpido que es estar dispuesto, no ya a morir y matar, sino simplemente a herir o insultar por las ideas. Aún mejor, debería aparecer inteligencia suficiente para descubrir y vacunarnos contra quienes se atrevan a proponerlas antes de que se extiendan y hagan el daño. Posiblemente, ya sea tarde pero, la verdad, la absoluta verdad, me atrevo a afirmarlo, es que no hay ninguna idea absolutamente verdadera.

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