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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

Las mujeres de verdad salen en las series

Los optimistas sin fronteras son agotadores. Una dosis de entusiasmo que facilita la supervivencia, sí, gracias. La jovialidad y perfección empalagosas, mejor las dejamos para otro día

Hay que ver Happy Valley. Por muchos motivos. El primero es para admirar a Sarah Lancashire. La protagonista. Una policía que ha sobrepasado los 50 y es tan normal que resulta ser extraordinaria. No es un figurín de cinturilla de avispa, luce un pelo anodino, suda y se queda sin aliento cuando persigue a los criminales que hacen cosas horrendas por su pueblo. Es una mujer que torea la vida y convive con sus demonios. Hace lo que puede. Se acuesta con su ex de vez en cuando, ejerce de abuela peor que mejor, bebe, pierde las formas en el trabajo y frunce el ceño cuando se entera de que sus subordinados le han puesto un mote. Es una mujer real e imperfecta. Alguien con quien sentirse identificada.

Algo parecido sucede con Sidse Babett, la actriz que interpreta a la primera ministra danesa de Borgen. Todavía no he tenido el placer de conocer a una primera ministra, pero sí a un montón de mujeres que trabajan a destajo. De hecho, son la mayoría. Muchas veces a costa de tener que convivir con la agria sensación de ser un desastre en casi todo. Ni se sienten profesionales completamente competentes, ni madres omnipresentes y líderes del grupo de WhatsApp del colegio, ni parejas lo suficientemente apasionadas, ni hijas capaces de responder a las necesidades parentales. La primera ministra Nyborg es muy buena gestionando conflictos a gran escala, pero su marido acaba dejándola por otra mujer. Y ella sufre, llora y hace lo que puede para que él vuelva. No lo consigue. Pues vaya, como la vida misma.

Si estos personajes hubieran sido paridos por alguno de los gurús hollywoodienses, la sargenta Cawood estaría interpretada por una mujer de medidas esculturales que no sobrepasa la treintena. Alguien que, tras vivir una catarsis autodestructiva por un caso mal cerrado, renace convertida en una fémina perfecta, fría y letal. En la versión americana de Borgen, una actriz inexpresiva, con pómulos y labios diseñados por un cirujano estético sería la gobernadora de Kentucky. Una mujer capaz de dialogar y de gestionar con el mismo gracejo, eficiencia e implacabilidad una crisis entre demócratas y republicanos y la barbacoa vecinal de los domingos. Menos mal que alguien inventó la BBC.

Los optimistas sin fronteras son agotadores. Una dosis de entusiasmo que facilita la supervivencia, sí, gracias. La jovialidad y perfección empalagosas, mejor las dejamos para otro día. No siempre que la vida nos da un par de bofetones es porque algo bueno buenísimo nos espera a la vuelta de la esquina. Es posible que la persona que nos abandona, harta de esperar que espabilemos, hubiera podido ser nuestra mejor pareja. Puede que tengamos una manera de trabajar que crispa a los compañeros, que nuestra familia considere que podríamos dedicarles más tiempo, que toleremos mal la bebida, que hablemos de más, que nos sobren unos cuantos kilos y que nuestros compañeros de colegio crean que no hemos envejecido tan bien como pensamos. La vida es así. Cargada de situaciones y personas vulnerables e imperfectas que meten la pata, que no siempre quedan bien y que viven a destiempo. Bravo por las que aprenden a convivir con todo ello y hurra por los referentes televisivos que reivindican y dignifican esa fantástica normalidad.

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