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Mercè  Marrero

La suerte de besar

Mercè Marrero Fuster

La simplicidad

Ni un curso acelerado de psicoanálisis sirve para comprender las razones por las que un caldo es amable, feliz, entusiasta o esférico

El día en que me declaré a un chico y éste me dio largas bajo la excusa de "me gustas demasiado como para ser mi novia", ese día entendí que lo mejor que me podía pasar era eso. La empatía es imprescindible en esta vida y, en su defecto, bravo por las mentiras piadosas, pero las reacciones jeroglíficas, cuanto más lejos, mejor. Desde ese primer rechazo (evidentemente, hubieron más), las personas y situaciones que no entiendo me dan ardor de estómago. Y es que la simplicidad está infravalorada.

En uno de los caminos que unen Porto Cristo a Manacor, después de un campo tan plagado de calabazas que parece sacado de una rondalla mallorquina, domina una casa de piedra con persianas de color verde. Su orientación es inteligente. Las ventanas se abren hacia la salida del sol. El resto es protección. Es sobria. Sin balcones, ni cortinas blancas, ni balaustradas o abalorios dulzones. Por no tener ni tiene una barrera que la proteja de curiosos. Un emparrado en el porche de entrada es su única concesión al exceso. Asocio esa imagen al valor de la simplicidad mediterránea. Parece que dice "acércate y admírame pero respeta mi austeridad". Y yo, que ya empiezo a sumar los suficientes años como para justificar algunos pensamientos de preabuela cebolleta nada devota, asiento y me digo a mí misma que "amén". Soy fan de la sencillez y devota (para esto sí) de los que la preservan.

Ahora, que parece que si no tienes dotes de master chef eres poca cosa, lo verdaderamente innovador es que un restaurante te presente una carta entendible. En cuanto comprendo a primera vista lo que se ofrece, me levanto para abrazarme a quien sea. O a lo que sea. Da igual si es persona o cosa. Existe belleza en una descripción tipo "solomillo de ternera a la brasa con verduras salteadas y patatas fritas con ajos" o, repite conmigo "sar-di-ni-tas a la plancha". ¿Ves? Todos contentos. Capítulo aparte si hablamos de vinos. Ni un curso acelerado de psicoanálisis sirve para comprender las razones por las que un caldo es amable, feliz, entusiasta o esférico. Nadie ha dicho nada tan bonito de mí como un sumiller es capaz de describir un vino. Comer bien, beber bien es un placer. Las mejores cosas (dejémoslo en "algunas de") pasan alrededor de una mesa. De ahí a convertirlo en una letanía esnob hay un paso.

No sé lidiar con la complejidad terminológica en el ámbito laboral. Concretando: no tengo ni idea de en qué trabaja o a qué se dedica un número demasiado elevado de personas. Todo empezó cuando me presentaron al CEO de una empresa. Nada volvió a ser igual. La muestra es que quien más quien menos se autodenomina influencer y la vida sigue. Si no eres head, te dedicas al development, tienes grandes dotes para el leadership y te has especializado en branding, no eres nadie. No sé si debo ir con traje chaqueta a un networking y con minifalda a un coworking. Lo único que me queda claro es que si me invitan a un afterwork debo ir dispuesta a darlo todo bebiendo gin tonics a partir de las siete de la tarde. El mundo está complicado últimamente, ¿por qué no damos un paso atrás y valoramos la simplicidad de las cuestiones más esenciales? Podemos empezar por los lugares en los que vivimos, los alimentos que ingerimos y la manera con la que nos presentamos a los demás. Casi nada.

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