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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Esa pareja feliz

La necesidad o exención del conocimiento del catalán para acceder al sector sanitario público ha provocado una gran polémica

Los aficionados al cine de una cierta edad recordarán la película del mismo título del dúo BB, Berlanga-Bardem. Juan y Carmen (Fernán Gómez y Elvira Quintillá), tramoyista y modistilla, son la pareja seleccionada en un concurso patrocinado por el jabón Florit. Reciben todo tipo de regalos: seguro de entierro, cena en lujoso restaurante, velada en club nocturno€ Pero, a continuación, deben enfrentarse a serios problemas tras los cuales, cansados de protagonizar situaciones ridículas, se deshacen de todos los obsequios y optan por continuar con sus vidas corrientes. Bueno pues, nuestra pareja feliz es la compuesta por Patricia Gómez y Juli Fuster, enfermera y médico. Su acceso a la felicidad se produjo cuando fueron seleccionados por Francina Armengol para los cargos de consellera de Salut y director general del Ib-Salut, respectivamente. Quizá lo lógico hubiera sido que el premio no se concentrara en una misma familia, por aquello del nepotismo y la imagen. Pero ya se sabe que cuando se conjugan, por un lado, la necesidad de cumplir con la cuota femenina y, por el otro, la demostración pública de que todo poder auténtico está por encima de escrúpulos propios de tiquismiquis, se pueden producir "momentos felices" como el que suena casi como reivindicación feminista, haciendo consellera a la enfermera Gómez, con un lejano parecido a Laura Palmer, y director a sus órdenes a un Fuster que, más que al agente Cooper, recuerda a Alfredo Landa.

Esa pareja feliz, ha demostrado no haber podido desprenderse de forma absoluta de los últimos resquicios de una formación científica. Han creído, ilusos, que de mantenerse la consideración del título de catalán como requisito indispensable para ocupar plaza como empleado público, podía darse el caso de una insuficiencia de profesionales en el Ib-Salut (médicos, farmacéuticos, odontólogos y enfermeras). Debido a ello publicaron el 29 de agosto una resolución donde se eximía del catalán, con la idea de desarrollar un decreto autonómico que otorgara a esos profesionales una moratoria de dos años para acreditar el título. No es que sea una conclusión para la que se exija un alto grado de conocimiento científico, basta con saber sumar y restar, pero algo es algo. Por otro lado, han podido imaginar que si un veterinario (otro profesional sanitario) sabe curar a perros, gatos, caballos, vacas, ovejas y periquitos y, que se sepa, ninguno de estos animales saben todavía hablar catalán, pues con mayor motivo, los baleares, que puede que no sepan perfectamente el castellano de Castilla o el de Colombia, pero gracias al excelente sistema educativo, mayormente en manos nacionalistas, sabrán chapurrear, aunque sólo sea un poco, la odiada lengua imperial para comunicar sus males a ese extranjero con ínfulas de doctor. En contra de lo afirmado por David Abril, este hombre de Més que no sé por qué me sugiere a un imaginario Joe Cocker cantando Unchain my farce, yo, sin duda un renegado, que priorizo mi salud al dictado de los brujos de la tribu, en situación de escoger entre un profesional que sólo sabe inglés, con mejor formación que otro que sólo hable castellano o catalán, sin dudarlo me pondría en manos del primero. La salud lo primero. A quien diga que el catalán lo primero, le susurraría con dulzura que no está muy bien de salud. Para preservarla no se necesita la lengua, sino sentido común.

Ya sé que no es la misma la visión de la pareja feliz. Pugnaban simplemente con tener los profesionales, no los mejores profesionales. Pero algo es algo. Y convencieron a Armengol. No hay otra explicación posible a la publicación de la resolución. Y se armó la de Dios es Cristo. Y por la tarde Gómez y Fuster rectificaron a instancias de la escondida Armengol, incapaz de sostener la mirada de la Medusa nacionalista gritando "¡vergonya, cavallers, vergonya!". Dijeron, con muy poca vergüenza, pues son incapaces de repetir por la tarde lo que han dicho por la mañana, que la exención fue un "error" y que la corregirían para dar más peso al catalán. Las razones de Medusa eran sin duda racionales. Si no se impone el catalán en pro de los mejores profesionales de la salud, ¿con qué argumentos se cierra el paso a los mejores profesionales en arquitectura, ingeniería, derecho administrativo, policías, bomberos, barrenderos y tutti quanti? Que conste que, puestos a renegar, también estaría dispuesto a hacerlo eligiendo a aquellos profesionales más competentes que sus homólogos con título de catalán. Pero, en fin, es el detritus que se espera de un renegado, como diría algún que otro dirigente de Més.

Después de protagonizar un esperpento sin igual, parecería lógico que esa pareja feliz, incapaz de hacer entrar, en lo que ellos entienden como razón, a su presidenta y al resto del Govern, después de un ridículo difícilmente superable, tal que en la película, devolvieran los regalos (los cargos) y regresaran a su vida privada, en la que puedan tomar decisiones sumando y restando, sin sacrificar sus modestas pero firmes convicciones al Moloc nacionalista, que exige sin pausa sacrificios a la sinrazón. Qué va, su compromiso no es ni con la razón, ni con sus propias convicciones, ni con el cuidado de los ciudadanos que su profesión parece indicar; su auténtico compromiso, algo por lo que han luchado toda su vida, es tan prosaico para unos, y al mismo tiempo, tan arrebatador para otros, como el disfrute del poder, la figurera.

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