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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Geografía del terror

Si me hubieran preguntado hace una semana por las Ramblas barcelonesas zona de la Boqueria, la respuesta hubiera sido muy distinta a la que tengo que dar hoy. El terrorismo islámico distorsiona nuestros mitos. En su terrorismo de los objetos cotidianos, Isis cuida hasta el detalle la puesta en escena, tómese como ejemplo la esmerada producción de sus vídeos sangrientos. Los atentados se producen en geografías de postal fácilmente reconocibles, que remuevan en el caso más próximo las conciencias de quienes tienen a la riada de Barcelona como un elemento de su patrimonio sentimental. Un aluvión de periodistas extranjeros personalizaron desde el primer instante su vínculo con un escenario que les quedaba próximo. Lo mismo había ocurrido con el paseo marítimo de Niza o la Torre de Londres.

El terrorismo islámico no solo se instala en la gran ciudad con perfil turístico porque garantiza un abanico de nacionalidades entre las víctimas, según se ha verificado en Barcelona. También desea suplantar la visión idílica por una película de terror, puro Wes Craven. Pretende que el paisaje urbano quede maculado para siempre en el imaginario colectivo. Es más fácil desfigurar lo reconocible. Una vez que la furgoneta de Isis remató su cosecha sangrienta, el estupor habitaba unas Ramblas vacías, un desnudo percutiente por inédito. El silencio no cabe en los templos del bullicio.

La geografía del terror se define por la desaparición de la masa que le aportaba su aliento. Por eso mismo, la herida de Las Ramblas en piel cicatrizó al día siguiente de la muerte, en cuanto la multitud volvió a cerrarse sobre sí misma. La alfombra humana restaura la salud tribal, devuelve la sensación de continuidad cuerpo a cuerpo. No es solo un desenlace optimista. El remiendo del tejido urbano lacerado no evita las secuelas. La recaída sería alarmante, y cada uno de los viandantes por el paseo barcelonés tiene ahora la sensación de asomarse el abismo. Y de que el abismo le devuelve la mirada, según recordaba Nietzsche.

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