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Marga Vives

Por cuenta propia

Marga Vives

Tómense un respiro

Suelo ser consciente de que los demás están de vacaciones cuando en la mesilla del recibidor hago acopio de llaves de quienes, a diferencia de mí, poseen jardín, gato o canario. Las plantas y las mascotas son víctimas colaterales de un éxodo estival pergeñado al milímetro desde Navidades. Los afortunados huyen despavoridos del bochorno de la ciudad, de sus playas con tintorera residente y turistas de mamporro, de las calles del centro atestadas de "guiris" que deambulan maleta en mano en busca de su emergencia habitacional, con la nariz pegada al GPS del móvil como si cazaran pokémons. Con tal de escaquearse de todo eso, y en un inusitado ejercicio de fe ciega, tu vecino prácticamente pasa de negarte el saludo en el ascensor a abrirte apasionadamente los fueros de su intimidad. "¿Podrías echarle agua al limonero cada tres días y, de paso, compruebas que está todo en orden?", te suelta a quemarropa. Claro, no se les vaya a ocurrir a los rosales montar una verbena.

La pretensión de que todo continue en orden en nuestra ausencia es la esencia de la vacación. Nos apeamos de la rutina con la garantía de que volveremos a ella pero con un ojo puesto, por si acaso, en nuestra normalidad prefabricada, como si el resto del mundo se fuera a deslavazar solo porque unos cuantos, durante unas semanas, bajan el ritmo, paran la máquina, se esfuman.

Las vacaciones son una estupenda metáfora de lo que no haríamos si absolutamente todos las disfrutáramos a la vez. Nos abandonamos a una indolencia masiva, que es posible siempre y cuando quede algún retén operando en la fábrica de la realidad. Pero a diferencia del jubilado que observa y pretende aleccionar a los peones en una obra, en este caso no solo no tenemos ningún interés en mirar como otros curran, sino que es imprescindible que estos se vuelvan tan invisibles para nosotros como el aire. En conclusión, el trabajo en sí, la mecánica que origina un esfuerzo laboral -físico o intelectual-, es incómodo a la naturaleza humana, como ya sospechábamos. Lo explica muy bien el periodista y escritor Isaac Rosa en una novela titulada La mano invisible, que es una fábula insólita sobre el hecho mismo de trabajar, un fenómeno que, como reza en el libro, "parece inenarrable" por anodino.

Durante el año pasado cada español trabajó unas 1.691 horas. Se trata, por supuesto, de una media absolutamente abstracta. Ni la OCDE ni nadie consiguen acertar por asomo cuántas horas echa un autónomo o, por ejemplo, cualquier empleado que cotiza fraudulentamente a tiempo parcial. La asepsia de los números tampoco nos dice nada de las condiciones en las que vendemos nuestro tiempo a cambio de un salario. No refleja el coste personal y familiar que acarrea, las renuncias, la dictadura del teléfono móvil, las noches en blanco, las presiones y la decepción, aquél "ya no puedo más" tras el que llega el derrumbe o, en el mejor de los casos, la catarsis. Por eso, pero también por el entusiasmo que muchos le echamos a la vida durante la mayor parte del año, las vacaciones son la dosis perfecta de endorfinas que garantiza que las cosas sigan funcionando mañana; son el antídoto contra el caos y un deber irrenunciable. Y, sin embargo, existe un número lo suficientemente indecente de personas que llevan una eternidad sin disfrutarlas, y no todas ellas por voluntad propia.

Ahora los políticos empiezan a amenazar con no tomárselas. Me pregunto qué mal les habremos hecho los demás. Marcó tendencia la presidenta madrileña, que anda de "rodríguez" por amor al arte y, de paso, contribuye a banalizar todavía un poco más un derecho sacralizado por la ONU, en el artículo 24 de su declaración universal. No se toma un respiro porque ella es imprescindible, viene a decir. Pues que le cunda, pero me parece de una soberbia peligrosa. Otro caso es el de quien se autoinflinge la penitencia, tras un curso político de tremebundo colofón. Ahí está el vicepresidente del Govern, en el trance de desentramar leyes mal hilvanadas a pesar de la demora. En el PP, por cierto, le piden que no vuelva, y su tocayo amenaza con empezar a hacer ahora oposición, después de su año sabático. Podem programa para agosto el arranque de su campaña de primarias, con el sempiterno debate sobre si se incorpora o no al Ejecutivo. Nada parece apuntar a un receso. Y llevamos un año de culminaciones de travesías del desierto y citas congresuales, con soflamas y escenificaciones de amores y de odios, rupturas y reconciliaciones que conducen al agotamiento colectivo.

No, hombre, desaparezcan ustedes por unos días. Échense unas risas, sáciense de playa y de prole, renueven el karma. Y, de paso, déjennos a los demás recuperar el aliento y la cordura después de todas y cada una de sus ocurrencias, que a veces son más de las que debieran. Váyanse de vacaciones mientras puedan, que hace mucho calor y también nosotros queremos desconectar un poquito.

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