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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Epístolas del alcalde Noguera a los palmesanos

El alcalde de Palma, en congruencia con su convicción de que su parusía al frente de los destinos de la ciudad debe entenderse como hecho trascendental de su historia, ha hecho pública su determinación de dirigir una carta semanal a los palmesanos. En ella, siguiendo el ejemplo de Pablo de Tarso, pretende instruir a los ciudadanos de Palma sobre el modo de comportarse y responder a sus cuitas, dar ánimo a sus lectores, y reprenderles cuando sea menester. Son pues un total de ciento seis las cartas que en los dos años de mandato prescrito deberemos digerir para nuestro mejoramiento individual y comunitario, pues es bien sabido que no hay progreso individual sin progreso colectivo y viceversa.

En sus dos primeras cartas el alcalde se eleva sobre los problemas del día a día que amargan a la ciudadanía, como los elevados impuestos y tasas que tienen que pagarse para hacer frente a la burocracia municipal, el estado de suciedad de las calles, la vegetación asilvestrada que coloniza las aceras de los barrios, el alza de los alquileres que expulsa a los palmesanos del centro, el desprestigio de la policía municipal, el vandalismo y delincuencia en la playa de Palma, el incumplimiento de las ordenanzas sobre el ruido, la desatención manifiesta a la invasión de aceras y zonas peatonales por los ciclistas, el deterioro del sistema informático de las líneas de la EMT, etc., para elevarse hacia los grandes objetivos que cree que justifican y dan sentido a su mandato. Así, el alcalde en sus dos primeras cartas pide a los ciudadanos que se involucren contra el cambio climático. Y señala la ruta a seguir: "Palma debe ser una ciudad con menos coches y sin contaminación. Este objetivo es básico para bajar la temperatura y hace de Palma una ciudad más saludable, con más cuñas verdes." Noguera se inscribe en el círculo de gobernantes convencidos de que las condiciones de vida de los ciudadanos están totalmente determinadas por las políticas aplicadas en su entorno; pero no nos dice cuáles van a ser. Pero no es así. Son, en muchos casos, la tecnología, los movimientos migratorios, la imprevisible evolución de la economía, los acontecimientos y conflictos mundiales los que determinan el urbanismo y las condiciones de vida de los ciudadanos. Una buena muestra de todo ello es la saturación turística tan anhelada en tiempos de carencia y tan denostada hoy; la alteración profunda de la vida ciudadana que supone la proliferación de los alquileres turísticos, impensable sin internet y el teléfono móvil; o el conflicto en sectores tradicionales del transporte con la aparición de Uber o Cabify. Lo que necesitamos son políticos que sepan conjugar los intereses de sus ciudadanos con los condicionantes que provienen del exterior. Y hay que enfatizar que los cambios profundos que se producen en las ciudades no provienen del celo reformista de sus dirigentes sino de los cambios civilizatorios. El coche cambió las ciudades y difícilmente va a volverse al modelo de edificación intensivo.

Pero descendamos a lo más imperativo. Sin duda es mucho más deseable una ciudad con pocos coches, con energía verde y humanos felices y libres; no parece una utopía maléfica, más bien angélica. Pero hasta que todos estos deseos escatológicos de una Ciudad Humana, signifique esto lo que signifique, se cumplan, ¿qué tal si vamos a lo posible a corto y medio plazo? Que no es esperar que, gracias a la prédica de Noguera, ciudadanos y sectores económicos se corresponsabilicen para asegurar un futuro sostenible del territorio y de la sociedad. Lo posible y verificable, pues la vida es corta y queremos que su mejora nos pille para poder gozarla, es que los gobernantes aborden lo que más nos acucia; y si no lo hacen podamos sustituirlos. Por tanto, ¿qué tal si es Noguera el que se involucra contra la suciedad de Palma? Leo en la prensa que Asima, ante la desidia del ayuntamiento y el desastre de Emaya, ha decidido ponerse manos a la obra y eliminar las malas hierbas de las aceras y limpiar los alcorques invadidos de suciedad. En muchas barriadas, las malas hierbas en las aceras alcanzan alturas que los saludables humanos del porvenir no podrían creer. Los restos de las podas de la vegetación de los jardines que hasta hace pocos meses eran casi puntualmente recogidos por los camiones de Emaya, yacen acumulados en bolsas y sin ellas en enormes rimeros alrededor de viejos contenedores colmatados, algo sólo experimentado en huelgas salvajes. Basta dirigir la mirada al suelo, observar la superficie de las aceras, ya no en barriadas, sino en el mismo centro, para darse cuenta de que las barniza un gruesa capa de roña que se superpone a las manchas oscuras de las gomas de mascar, un mosaico de mugre anterior a la invención del jabón.

En fin, que, agradeciendo de antemano el esfuerzo del alcalde por instruirnos en el modo de comportarnos, esfuerzo civilizatorio que no podemos sino agradecerle, algunos creemos también necesario recordarle que una ciudad requiere, más que eléctricos y megalómanos episodios de actividad neuronal, la paciente y constante atención a los problemas del presente, sin perjuicio de lo previsible del futuro. Algunos queremos recordarle que es el alcalde el que debe atención a los ciudadanos de los que recibe honores y paga y no al revés; que el tiempo de asunción del cargo no es tiempo de predicar sino de dar trigo; que el liderazgo se construye solucionando los problemas de la gente y no con sermones de escatología social. Y que una ciudad sucia es una ciudad mal gobernada.

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