Diario de Mallorca

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Marga Vives

Espíritus

En el siglo XIX una parte de la disidencia religiosa y política halló un vehículo de expresión en el espiritismo, una corriente filosófica que se propagó por Europa. También hasta Mallorca llegó su influencia, tal y como ha relatado el historiador Josep Terrassa en un libro publicado recientemente en el que trata de explicar cómo este credo sirvió a una parte de los habitantes de Capdepera para navegar en medio de la zozobra que desembocó en España en la Revolución Liberal de 1868. En los antecedentes de esa sublevación estuvo el crash financiero producido dos años antes como consecuencia de la quiebra de sociedades de crédito vinculadas a compañías ferroviarias, que arrastró también a los bancos, así como la crisis agraria, que acarreó hambre y enfermedad.

En definitiva, la difícil tesitura avivó la necesidad de cuestionar el sistema y de reformarlo, y por esas rendijas de la duda penetró un movimiento social que ubicaba al hombre en el epicentro de un progreso entendido como el equilibrio entre civilización y naturaleza. El ocultismo sedujo a una parte de la sociedad propensa a la superstición, personas humildes que buscaban en el más allá respuestas a su atribulada existencia, pero, según explica Terrassa, esta corriente también sirvió para canalizar algunas ideas revolucionarias. Se ensalzaron valores como la justicia, la paz o la defensa de la sociedad civil, la honestidad frente a la corrupción política, la libertad de pensamiento y la igualdad entre hombres y mujeres y, aunque posiblemente estaba destinado a ser un fenómeno pasajero, perduró hasta la Guerra Civil.

También nosotros venimos ahora de un período en el que, como en toda ruptura profunda, nos hemos hecho muchas preguntas sobre lo que nos había empezado a suceder incluso antes de ser conscientes de su gravedad. El monstruo de la recesión económica ha devorado la sensación de que el mundo funcionaba, aunque quizás solo reveló que esa armonía era una farsa. Durante los años previos, una escalada de prosperidad llevó a mucha gente a instalarse en compromisos a largo plazo, midiendo poco o nada su viabilidad, y en esa vertiginosa inercia cualquier obstáculo garantiza un golpe de magnitudes formidables. Nuestra crisis, la reciente, puede que en realidad no haya debilitado la confianza en determinadas instituciones. Quizás simplemente esa fe no existía, porque no era necesario ni urgente cuestionarlas.

El equilibrio parece ser ese artefacto colectivo que solo echamos en falta cuando nos damos cuenta individualmente de que no lo hay. Por eso, en los momentos más negros de la reciente crisis, videntes contemporáneos de toda índole hallaron encaje teórico a la circunstancia y nos hicieron creer que el abandono, muchas veces forzado, de la "zona de confort" era bueno para progresar. El resultado ha sido un éxodo espeluznante hacia la precariedad. Por el camino de la reinvención colectiva han quedado atrás ahorros de toda una vida invertidos precipitadamente y puñados de empleos estables. Los pobres son más numerosos y los muy ricos se multiplican instalados en su cómodo perímetro de fortuna e influencia. Entre ambos media un abismo cada vez más insondable. Y mientras los empresarios nos dicen a la cara sin ruborizarse que pagan a sus trabajadores una miseria, en regiones como la nuestra, donde el turista se deja miles de millones de euros al año en este negocio, hay que buscar la "socialización de la prosperidad" en los resquicios de lo alegal.

En los últimos años se han producido cambios; algunos para bien, porque desperezaron valores como el compromiso social o la solidaridad. Pero también han tenido lugar transformaciones traumáticas y que han supuesto retrocesos de calado. Conviene no perderlas de vista, por si se consolidan nuevos vicios del sistema mientras andamos ofuscados en tratar de que todo vuelva a ser como fue. Puede que hoy continuemos buscando las mismas respuestas que hasta hace un par de años, cuando la salida de la crisis era aún un tanto incierta. La duda es si hemos dejado de plantear las preguntas adecuadas.

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