Tengo un amigo que se ha metido en eso de la turismofobia. Aunque debe estar en régimen de mediopensionista porque es un tipo de viaja por placer varias veces al año y, que se sepa, no hace otra cosa que practicar turismo; una contradicción como otra cualquiera.

Comparto con él gran parte de su planteamiento: exceso de turistas en calles, playas, carreteras, aeropuertos, terrazas, taxis, apartamentos? una exageración tan insoportable como insostenible. También coincidimos en la foto de lo que desearíamos que fuera: turismo de alta calidad, hoteles cinco estrellas, visitantes cultos se interesan por Ramon Llull y saben distinguir entre la gamba fresca de Sóller y el gambón austral congelado, gente del tipo belga, que cena a las seis de la tarde y a las diez ya duerme, viajeros comprometidos con el medio ambiente que disfrutan en silencio con el avistamiento de patos mudos en s'Albufera; unos visitantes - no demasiados - que nos dejan mucha pasta y apenas molestan. En paralelo, Balears se convierte en un importante centro de innovación y tecnologías limpias, atrae a las starups más llamativas y las grandes inteligencias globales se reúnen en el archipiélago para diseñar el futuro de un mundo cyborg. Todos convivimos en paz, talento, riqueza y glamour. Finalmente, mi amigo y yo tenemos otro gran punto en común: no tenemos ni idea de cómo se llega al cumplimiento de nuestros deseos. Él, sin embargo, dice que sí, que no hay problema con eso; en un plisplás: turismo cutre go home.

No le podré evitar una mala noticia: el turismo de masas, tal como lo conocemos, irá a más, no solo en Balears sino en el mundo entero. El cielo despejado ya es tan solo un espejismo: el planeta Tierra está envuelto en permanencia por una red de más de 11.000 aviones en vuelo para el traslado de turistas de un lugar a otro. Lo constata la impresionante web flightradar.com. En 1950 viajaban 25 millones de turistas. Hoy, la cifra es de 1.000 millones y se vaticina que en 2030 llegará a los 2.000. Salvo calamidad imprevista - y poco deseada- el turismo se disparará como un cohete. En consecuencia, cuando se está en el ranking de los 40 principales como es el caso de Balears, conviene apretarse los machos.

Para hacer frente a la avalancha es probable que la racionalidad, la previsión y la gobernanza local del fenómeno por parte de ciudades y regiones superen en eficacia a la mera actitud turismófoba que, en casos por fortuna aislados, roza la xenofobia visualizada con la pintada de moda: Turist = bastard, claro ejemplo de error en la adjudicación de culpabilidad. Una parte del sentimiento turismófobo se encuentra a gusto en un refugio romántico de nostalgia chic, en la añoranza unas Islas bucólicas que jamás existieron para la mayor parte de la población, que maldecía la dureza y la escasez de los tiempos que les tocó vivir.

A día de hoy no hay país expuesto al turismo de masas que haya resuelto cómo reconducir la situación. En realidad solo la maneja al dedillo Bután, donde los turistas, desde que llegan hasta que regresan, son pastoreados día y noche por un guía oficial. A cambio de unos 200 dólares diarios se ofrece a los visitantes el hotel que las autoridades deciden así como restaurantes y traslados interiores, que siguen el estricto programa confeccionado por la Administración butanesa. No sé si la referencia sirve, pero así da gusto planificar turismo.

En cualquier caso, con ser grave, el crecimiento turístico balear de los últimos años no es más grave que el crecimiento a secas. La turismofobia esconde nuestras vergüenzas mientras señala las de los turistas. Las carreteras están saturadas. Hay 50.000 coches de alquiler, pero en algo debe ayudar a tal masificación los 741.897 vehículos con los que nos desplazamos los indígenas. La relación es de 0,86 coches por habitante, entre los que se incluyen los niños de pecho. En número redondo, un coche por cabeza. Todo un exceso que hemos cometido los mallorquines en nombre de la comodidad, azuzada por la falta de transporte público puntero.

En el año 2000 Balears tenía 845.000 habitantes. Hoy, más de 1.100.000. Hemos aumentado un 32%, algo insólito en España. La parte del león de este crecimiento se registró en el primer lustro del nuevo siglo a causa del "boom" de la construcción, un "efecto llamada" incontenible. La vergüenza de esa eclosión desaforada, gatillo de la gran crisis, recae por entero sobre la codicia aborigen de esta tierra; nada que ver con los turistas. Un día del próximo mes de agosto se registrará en Balears un récord de población que estará por encima de los 2,1 millones de personas. Una exageración inasumible bajo cualquier prisma. Dicen que el alquiler turístico habrá participado en unas 100.000 personas, que ya son. Sin embargo, echamos ese sector a los infiernos y nos olvidamos de los 2 millones restantes. Curioso sesgo estadístico a la hora de asignar responsabilidades y culpas en la excedida demografía.

El centro de Palma tiene una fisonomía cuando hay cinco cruceros atracados en el Puerto y otra muy distinta cuando no hay ninguno. En el primer caso se advierte una evidente saturación urbana y, en el otro, un movimiento normal de cualquier ciudad costera y turística en un día de verano ¿Cargamos sobre los cruceristas la culpa de las aglomeraciones? ¿Cruceristas go home?¿Pero quién decide que atraquen cruceros en Palma? Los cruceristas, desde luego, no.

Se denuncia la agresividad comercial de inmobiliarias extranjeras para comprar viviendas en el casco antiguo de Palma. Se les acusa de practicar buzoneos , aunque no lo hacen con mayor intensidad que los centros comerciales ¿Pero quién vende las propiedades? Lógicamente, los vecinos; algunos lo son de toda la vida ¿Les increpamos por delito de lesa traición a la patria? ¿Les impedimos por ley vender a ciudadanos de la Unión Europea? He oído a mi amigo turismófobo decir cosas por el estilo.

Urge revisar y reinventar cada arista del fenómeno turístico balear para resolver sus impactos negativos. Afortunadamente no estamos solos; es un problema global de ciudades, regiones y Estados. La inteligencia colectiva europea deberá dar lustre a sus neuronas. Ignoro las mejores soluciones pero es indispensable asumir que, como no vivimos en Bután, los poderes públicos no pueden manejar a solas la situación. Los colectivos sociales y, sobre todo, los económicos deben implicarse a fondo en la propuesta de iniciativas útiles y justas, no limitarse a hacer caja con las buenas temporadas. El aumento de los beneficios empresariales del sector turístico - muy por encima de las rentas salariales - les pone el foco y la responsabilidad encima.