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Es Pontàs

Sin duda, el trabajo incansable del viento y del oleaje dieron forma de puente a esta roca. Se trata de un arco de piedra fabricado...

Sin duda, el trabajo incansable del viento y del oleaje dieron forma de puente a esta roca. Se trata de un arco de piedra fabricado por la erosión y los elementos. La sal se concentra en los huecos de las rocas. Bajo el brazo, un libro sobre el contrabando. Pienso en esa actividad paralela que salvó del hambre a muchas familias de la zona. Estaba en juego el pan, y el turismo era una palabra impronunciable. La emigración, sin duda, era la alternativa más lógica y urgente. Sin embargo, para quienes se quedaron en el pueblo, el contrabando comenzó a convertirse en una actividad necesaria, en una práctica habitual para ir superando la precariedad. Uno de los lugares elegidos para ocultar el cargamento de tabaco y otras mercancías, como la harina, el azúcar, el café, el abono y demás, era la cercana cala S´Almonia. Un paraje que ha dejado de ser recóndito y en el que ahora se arraciman miles de visitantes. Esta zona está repleta de silos, almacenes subterráneos construidos para tal efecto. Cualquier sitio era útil para esconder los alijos. Servían tanto los matorrales como las cuevas, los hornos de leña como los pozos. A menudo, la Guardia Civil hacía la vista gorda si en el trato con los contrabandistas llegaban a un acuerdo que consistía en repartirse la mercancía.

Mientras observo cómo unos escaladores arriesgados, practicantes de psicobloc, se descuelgan por uno de los extremos de la roca, pienso en aquellos años de pobreza en este mismo sur de acantilados cortados al ras, sobre los cuales se han construido imponentes chalets. Pienso, también, en los chivatos que delataban a sus paisanos a cambio de una sabrosa recompensa y que, a su vez, estos chivatos eran o bien agredidos u obligados a abandonar el pueblo. El contrabando no era una actividad especialmente maldita en la isla. Es más, aquellos contrabandistas eran personas necesitadas y arriesgadas cuyo arrojo era, más que respetado, admirado por sus paisanos, a quienes les faltaban las palabras de agradecimiento. No olvidemos que en muchos lugares de la isla, la economía era prácticamente de subsistencia. Tan es así que hasta la Iglesia toleraba y daba el visto bueno a aquella economía fuera de la ley. No en vano, era una práctica que aliviaba la penuria de muchas familias. Un negocio paralelo que alejaba el hambre de las casas. Luego, con el tiempo, han llegado otros tipos de actividades ilegales que nada tienen que ver con la necesidad de sortear el hambre y que tienen que ver más bien con la codicia pura y dura. Sigo imaginando el trasiego de embarcaciones furtivas, entrando y saliendo de cala Figuera hacia un mar agitado, a curtidos y escuálidos marineros descargando a horas intempestivas la mercancía, escondiéndola en un lugar secreto.

Es lo que tiene llevarse libros a la playa, que uno se pone a leer y a viajar hacia el pasado, mientras en el horizonte despunta un inmenso velero y se oye, como música de fondo, el motor incesante de alguna moto náutica y la algarabía infantil a orillas de la cala. Así pues, hay que dejar la lectura y sumergir la cabeza en el agua, nadar todo lo leído e imaginar este litoral en otro tiempo, en una época de pobreza. Días de hambre y estraperlo, de urgencias y de riesgo. Aunque, de vez en cuando, llega a estas costas alguna que otra patera. Y es que África queda cerca, casi a tiro de piedra. Mejor dicho, hace tiempo que está incrustada en Mallorca. Y, no sé por qué, pienso en Camus y en Argelia, en el calor de Tipasa y en un verano descomunal. En el extranjero en el que me voy convirtiendo, a pesar de haber nacido en la isla.

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