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Con límites hay futuro

Vivo encima de un supermercado. Este hecho, en principio, debería suponer más ventajas que inconvenientes. Sería injusto decir que la principal pega son los perros; en realidad lo son sus dueños. No todos, por supuesto. Básicamente, aquellos que deciden que matan dos pájaros de un tiro sacándolos a pasear y haciendo la compra semanal a la vez. Y dejan al chucho atado fuera. Suelo madrugar bastante, así que -sobre todo a determinadas horas- es una verdadera molestia tener a un perro debajo de tu ventana ladrando durante media hora sin parar porque se ve ahí solo. También busco playas, hoteles y restaurantes sin niños. No porque sea una suerte de Cruela de Vil que odia a los enanos; más bien todo lo contrario. Un niño tiene que correr, gritar o jugar. Pero debería asimismo aprender que no puede hacerlo en cualquier sitio. No me incordian los niños que hacen de niños, sino los padres que no hacen de padres.

Les decía todo esto porque a dueños y progenitores les deben de parecer adorables sus mascotas y vástagos. Los comportamientos irrespetuosos molestan casi siempre únicamente a quien los soporta. Es lo que tiene la mala educación. Si encima los maleducados vienen de fuera la situación acaba por volverse inaguantable. Llevamos unos días desayunando con peleas y agresiones en Platja de Palma, Magaluf o el mismo centro de Ciutat. Nada nuevo. Un 'turismo de borrachera' que algún cargo público comparaba estos días con los mallorquines que desembarcan en Ciutadella para las fiestas de Sant Joan. Razón tiene en muchos casos, porque tampoco ya nada de singular tiene despertar cada 24 de junio con las playas repletas de toneladas de basura autóctona.

Acabo de volver de Menorca. Y por supuesto que he visto borrachos. Mallorquines, menorquines, catalanes y extranjeros con gran diversidad de limpieza de sangre, si eso es lo que nos preocupa. También he bebido ginets. En plural. A pesar de que este año la fiesta caía en sábado y se temía por la masificación ha sido el mejor Sant Joan de mi vida. Y van unos cuantos. No he sentido ningún rechazo por parte de los ciutadellencs porque he intentado practicar una norma básica de educación: el respeto. Ciutadella abre las puertas a participar en su fiesta a todo aquel que la sienta y la disfrute sin preguntar de dónde es. Estos días nos ha dado una lección a todos sobre cómo deberíamos afrontar algunas de las cuestiones que parecían irresolubles.

Ha quedado demostrado que -con voluntad de hacerlo- es posible limitar aforos cuando no cabe más gente. A pesar del cabreo de algunos residentes que se quedaron fuera del primer toc de flabiol o el Caragol des Born. Me hicieron dejar una botella de un litro de agua -¡agua!- para acceder a las zonas de gran concentración de gente. Por supuesto tampoco más de medio litro de ginet. Unos límites que se aceptan gustosamente por el bien de la fiesta si es que uno ha sabido lo que era un límite alguna vez en su vida. Eso por parte de las instituciones.

La mayor demostración práctica de lo que es la presión social la he vivido en els Jocs des Pla. Con tanta gente, porcentualmente nos tocaba algún gilipollas cargado de testosterona que no sabe beber. Hubo algunos conatos de pelea. Pues oigan, a una se le ponía la piel de gallina ante los abucheos de todos los asistentes a sus protegonistas y los aplausos y vítores a la Policía Local cuando los echó. 'Esto es una fiesta y no vamos a permitir que nos la estropeéis por mucho dinero que dejéis aquí'. También he visto 'caixers' a fustazo limpio contra algún descerebrado a quien no se le ocurría nada mejor que tirar de las riendas del caballo cuando éste está en el medio de la multitud. Supongo que el dolor de cabeza le habrá quitado las ganas de repetirlo el año que viene.

Borrachos, maleducados y energúmenos los hay en todos lados. Gente que no ha aprendido ningún tipo de respeto por el prójimo, que piensa que puede hacer lo que le venga en gana cuando quiera y donde le apetezca, también. Hace tiempo que muchos pensadores vienen avisando del proceso de infantilización de las sociedades: queremos seguir teniendo derecho a ser niños sin asumir ninguna de las responsabilidades de un adulto. Independientemente de dónde seamos. Ingleses o alemanes en Mallorca, o mallorquines en Ciutadella. La muerte de una mujer en los Jocs des Pla hace unos años fue el punto de inflexión: Ciutadella se dio cuenta que tenía que hacer algo si quería preservar sus fiestas ante la masificación y su potencial peligro en unas celebraciones con caballos. Y vaya si lo ha hecho. Nos ha enseñado a todos que tal vez no se pueda evitar que siga habiendo escoria, pero que lo importante es la respuesta que se da a los comportamientos indeseados e indeseables. Social y política. Ahora sólo queda por ver cuánto habrá que esperar para que aquí hagamos lo mismo. Qué tendrá que pasar para que decidamos que ya está bien.

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