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Jose Jaume

Desde el siglo XX

José Jaume

Sa Feixina: una izquierda cobarde, sumisa y genuflexa

La izquierda mallorquina está en trance de perder la dignidad, en el supuesto de que tan noble atributo pueda atribuírseles a unos partidos, PSOE, Més y Podemos, a los que les tiemblan las piernas ante los embates de la derecha de siempre, camuflada de sociedad civil, que ha visto en la sumisa impotencia de estas la oportunidad de dejar constancia de que es ella la que, a pesar no dirigir las instituciones, sigue decidiendo en los asuntos trascendentes. El del derribo de sa Feixina lo es. Es emblema. La plasmación de que en Mallorca es la derecha la que pronuncia la última palabra. La que de decide sobre cuestiones que penetran en los sentimientos profundos de muchos. Sa Feixina no se derriba, porque la historia es la que es y no hay memoria histórica que pueda revertirla, aducen quienes pugnan por conservar alzado el lamentable pedrusco. Que frente a él los falangistas residuales se cuadren brazo en alto para recordar al general Franco y al fundador de su partido es bagatela folclórica; como tampoco importa que el pedrusco rememore un acto de guerra. No se levantó en recuerdo de los muertos del crucero Baleares. No nos engañemos deliberadamente: se puso en sa Feixina para glorificar la victoria de los sublevados, la del general Franco, quien no dudó en inaugurarlo. Tampoco se puede argumentar el carácter popular, cuestación mediante, del mismo: el promotor, José Tous Ferrer, señalado por los fascistas, temía por su suerte, requería hacerse perdonar sus veleidades liberales. Hizo algo muy humano: congraciarse en lo posible con los brutos que detentaban el poder en las calles y no pocos despachos.

La izquierda prometió derribar el pedrusco. Después de la rendición de la alcaldesa Calvo, la nueva izquierda que entró en las instituciones garantizó que lo que su pusilánime inacción impidió, se haría realidad. La reacción de la derecha fue la esperada: llamamientos a la denominada sociedad civil, o lo que es lo mismo: a las organizaciones de su cuerda, pocas, pero vociferantes, no en balde han aprendido correctamente las lecciones impartidas por la agitación y propaganda del rijoso comunismo, y activar los resortes que conservan en la Administración. Llamativa la intervención del jurista del Consell de Mallorca, un funcionario identificado con el PP de José María Rodríguez, o los tejemanejes de los integrantes de la Comisión de Patrimonio, incluido el Obispado, naturalmente alineado con los defensores de la permanencia del pedrusco, a lo que se ve portador para la Iglesia de valores eternos, o de determinados colegios profesionales a los que se podría demandar alguna responsabilidad en el destrozo consumado en el territorio mallorquín.

La derecha ha contado con algunos tontos útiles inesperados. Es el caso de Arca, embarcada en una aguerrida defensa del pedrusco aduciendo la salvaguarda del patrimonio histórico-artístico de la ciudad. Una connotada dirigente de esa organización se ha permitido afirmar que desde la izquierda también se defiende Sa Feixina. Hay que estar muy desnortada para plasmar semejante enunciado. Desde la izquierda no se defiende un engendro fascista. El recuerdo de una dictadura. Un pedrusco que se mire por donde se mire es ofensivo.

La izquierda está a un tris de perpetrar una nueva renuncia a las muchas con las que obsequia a la ciudadanía. El pedrusco sigue en pie cuando en otra ciudad española, en Salamanca, la primera capital de la España bajo control de los militares golpistas, se ha procedido a eliminar de su plaza Mayor el medallón del general Franco. Lo ha hecho tarde y a desgana un ayuntamiento del PP. Lo ha suprimido. Aquí la izquierda ser enreda en demandar informes técnicos uno tras otro. Cobardía, sumisión y miedo genuflexo, mucho miedo. No quiere aceptar que se trata de adoptar una decisión estrictamente política: suprimir de la geografía urbana el ominoso recuerdo de la dictadura del general Franco.

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