El terrorismo islamista campa por sus respetos en el Reino Unido porque, a todas luces, se ha bajado la guardia y las fuerzas de seguridad del Estado son insuficientes para detener la amenaza. La propia Theresa May, que hoy se juega el futuro en las elecciones generales, redujo en 20.000 los efectivos policiales del país, algo que le echan en cara sus rivales y que puede tener para ella un alto precio en términos electorales. Pero lo grave es que la lideresa tory ya ha declarado en campaña que, si para contener el terrorismo es preciso limitar el alcance de las leyes que preservan los derechos humanos de los ciudadanos, se hará. En otras palabras, May anuncia el triunfo del terrorismo, que no pretende otra cosa que cambiar el modo de vida occidental, llenar de miedo las ciudades, agostar las libertades y someternos a todos al yugo de su fanatismo. El propio Brexit, que tiene un trasfondo xenófobo y elitista, ya fue una concesión a los enemigos de la libertad. Ahora, la declaración de May confirma la deriva británica hacia el ensimismamiento, la ruina del estado de bienestar y la destrucción de las grandes libertades fundamentales.
