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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Francia

Sin que nos hayamos dado cuenta, desde hace tres o cuatro años hemos empezado a interesarnos por las elecciones en los países importantes de Europa. No como si fueran nuestras elecciones, claro, pero sí como unas elecciones que de algún modo nos afectan y que van a tener consecuencias en nuestra vida diaria. Y por eso muchos vivimos las elecciones francesas del domingo pasado con la misma atención que si se trataran de las nuestras. A las ocho de la tarde yo ya estaba frente al televisor, esperando los primeros resultados de los sondeos. Muchos nos habíamos hecho a la idea de un resultado diabólico si ganaban la ultraderechista Le Pen -con su discurso incendiario contra los inmigrantes y los trabajadores extranjeros- y el chavista Mélenchon (él mismo se jactaba de ser un admirador de Hugo Chaves), dos candidatos que están en contra de la Unión Europea y del euro y que tienen programas económicos que serían un regreso al estatalismo proteccionista y al gasto disparatado de dinero público. Y si uno de estos dos candidatos llegaba a ganar la segunda vuelta de las elecciones -y algunos sondeos así lo anunciaban-, sería muy probable que se iniciara el proceso que condujera a la desintegración de la Unión Europea.

Y lo cierto era que la candidata Le Pen tenía muchas posibilidades. Su discurso atrae a los trabajadores industriales de las zonas donde cada vez quedan menos fábricas en pie, y también a los habitantes de las pequeñas ciudades que se han quedado al margen de la economía competitiva, esos dueños de fotocopisterías y ferreterías y agencias de viajes que ven cómo sus negocios dejan de tener sentido en el mundo de Internet y Amazon. Y junto a ellos, muchos jubilados, agricultores y pequeños empresarios que ven con malos ojos la presencia de millones de inmigrantes -o hijos de inmigrantes- a los que no consideran verdaderos franceses y a los que culpan de todos los males de su país. Y Mélenchon contaba con el apoyo de muchos jóvenes que viven en precario y que apenas pueden llegar a fin de mes, aparte de esos mismos inmigrantes que viven en las deprimidas zonas de la "banlieue" que en realidad son guetos donde los islamistas radicales y los mafiosos locales imponen su ley.

Y la verdad es que las alternativas a esas dos opciones no parecían muy fiables. El candidato de la derecha conservadora, François Fillon, apelaba a la Francia católica de toda la vida, pero estaba desprestigiado por los pequeños casos de nepotismo familiar que indignan a la gente de la calle porque demuestran que el sistema político es una burbuja endogámica plagada de privilegios. Y el candidato socialista, por su parte, había sido elegido en unas primarias y era un oscuro "apparatchik" sin carisma ni discurso. Quedaba la incógnita del candidato Macron, el más joven, un joven ex-ministro de Economía (39 años) al que el escritor Michel Houllebecq definió como "un robot", que parecía un producto del marketing aunque al menos tenía una buena formación -filosofía, música, finanzas- y también parecía ser el único con las ideas más o menos claras: reformismo, europeísmo, optimismo y una mezcla de liberalismo económico y de los principios del Estado del Bienestar. En todo caso, Macron parecía un candidato demasiado novato e inconcreto para competir con dos políticos tan curtidos como Le Pen y Mélenchon.

Pues bien, ganó Macron, seguido a corta distancia por Le Pen. Como los socialistas y la derecha de Fillon han pedido el voto para Macron en la segunda vuelta, es casi seguro que éste será el próximo presidente de Francia. Cosa curiosa, el chavista Mélenchon no ha pedido el voto para Macron, a quien considera un representante diabólico del neoliberalismo. En cualquier caso, ha ganado el candidato menos malo de todos y el único que parece tener una idea del país que quiere. En París, la victoria de Macron ha sido aplastante, pero en las zonas rurales y en el sur más próspero de la Provenza y Languédoc ha ganado Le Pen, igual que en las áreas del norte industrial -que se ha quedado sin industria-, donde casi todos los obreros se han pasado en masa al bando ultraderechista del Frente Nacional. Y en las "banlieues" de las aglomeraciones urbanas, donde vive la gente con menos renta y menos expectativas de mejora, ha ganado de forma apabullante el discurso demagógico e irrealizable de Mélenchon. Así que Francia se ha dividido en dos, igual que los Estados Unidos de Trump: el oeste próspero frente al norte y el este que se han quedado descolgados de la modernidad; las ciudades importantes frente al campo y las pequeñas ciudades de provincias; las áreas conectadas a la economía globalizada frente a las que viven de subsidios y de la nostalgia de los buenos tiempos perdidos. Y sí, por fortuna ha ganado Macron, pero le queda una inmensa tarea para evitar que esa fractura social no le estalle algún día en las manos.

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