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JOrge Dezcallar

El regreso del sultán

Turquía es un gran país pero no es un país europeo aunque Estambul esté en nuestro continente, y si alguien tenía dudas le basta con mirar lo ocurrido en el referéndum del pasado domingo en el que 80 millones de turcos han decidido darle todos los poderes al presidente Erdogan, en lo que constituye el último ejemplo de esa peligrosa moda de las llamadas democracias iliberales, en las que un líder llega al poder con el voto ciudadano y luego cercena esas mismas libertades.

Con una participación del 85%, Recep Tayyip Erdogan se ha impuesto por un margen muy escaso (51,3% contra 48,7%), 1,3 millones de votos, tras advertir que votar no era votar a los terroristas. El referéndum ha dejado a la sociedad turca partida por la mitad. Así como a Donald Trump perdió en las grandes ciudades y la costa este y oeste de los EE UU, Erdogan se ha impuesto en las inmensidades de Anatolia y del mar Negro pero ha perdido en la costa mediterránea y en las grandes ciudades (Estambul, Ankara, Esmirna) donde está el poder político, económico, financiero y turístico del país. En cambio, ha ganado el voto del exilio (Alemania, Holanda...) donde se impidió hacer campaña a sus ministros, lo que motivó inaceptables acusaciones de "prácticas nazis" por parte del mismo Erdogan, que espoleó así el voto nacionalista. La oposición ha anunciado que recurrirá los resultados por haber detectado irregularidades y la verdad es que todo indica que la campaña no ha sido limpia pues la misma OSCE ha denunciado que se ha desarrollado en un clima de estado de excepción y sin libertad de expresión. Erdogan puede haber ganado formalmente pero se ha dejado muchas plumas en esta victoria.

Con esta votación se pondrá en marcha el mayor cambio en la historia política del país desde que la Revolución de los Jóvenes Turcos llevara al poder a Mustafa Kemal, conocido como Atatürk o Padre de los Turcos, que echó al Sultán en 1923 y estableció una República laica que los generales luego defendieron durante años a base de golpes de estado y corrupción... hasta que llegaron los islamistas, primero de la mano de Nemecttin Erbakan (depuesto por los militares) y ahora con el Partido de la Justicia y el Desarrollo con el que Erdogan ha ganado todas las elecciones desde 2003. Durante su gobierno el país ha crecido y la gente vive mejor aunque a costa de recortes en las libertades individuales, de corrupción, y de una prensa amordazada. He visitado regularmente Turquía durante los últimos años y soy testigo de ambas tendencias: mejor nivel de vida y menos libertad. Y también veo una sociedad cada vez más islamizada. Tras las revueltas estudiantiles de 2013 y del extraño "golpe de estado" del clérigo Fetullah Gulen en 2016, el régimen puso en marcha una represión feroz que vació las filas del ejército, de la judicatura, de la enseñanza y de la prensa. Todavía hay unas 50.000 personas encarceladas y se calcula que son 130.000 las que han perdido su trabajo, estigmatizadas como gulenistas.

Ahora Erdogan, que lleva en el poder desde 2003, podría seguir en él hasta 2029 superando las dos décadas del mítico Atatürk. La reforma, que entrará en vigor en 2019, convierte la actual república parlamentaria en una república en la que los poderes se concentran en el presidente y se suprime la figura del primer ministro. Erdogan podrá gobernar por decreto, disolver el Parlamento y junto con su partido podrá nombrar a la mayoría de los jueces del Tribunal Supremo. Montesquieu definía la división de poderes como una de las características esenciales de la democracia, que es mucho más que ir a votar cada cuatro años porque exige sistema de contrapoderes que se vigilen y controlen mutuamente, asegurando el correcto funcionamiento de todo el sistema democrático y que ahora faltarán en Turquía. Erdogan ha prometido también un referéndum sobre el restablecimiento de la pena de muerte. Trump, admirador de líderes fuertes, le ha felicitado, cosa que no han hecho los gobernantes europeos.

Lo ocurrido aleja a Turquía de nosotros porque la separa de los valores y de las normas que nos rigen en la Unión Europea, que es un club con reglas que debe cumplir quién quiera ingresar y que están sintetizadas en los famosos "criterios de Copenhague". Confieso que nunca he sido partidario del ingreso de Ankara en la UE y en un artículo que publiqué hace años en la versión española de Foreign Affairs citaba hasta siete argumentos en defensa de mi postura, que por otra parte no coincidía con la mantenida por nuestro gobierno... aunque siempre he sospechado que España favorecía el ingreso para quedar bien con los turcos sabiendo que ya se ocuparían franceses y alemanes de darles con la puerta en las narices. Todos, salvo quizás Rodríguez Zapatero, que se creyó lo de la Alianza de Civilizaciones entre él y el mismo Erdogan.

Lo que no quiere decir que no debamos procurar una buena relación con Turquía por al menos seis razones: su tamaño y su ublcación geográfica; su cualidad de aliado en la OTAN; el interés comercial mutuo; su apoyo en la lucha contra el terrorismo islamista; su influencia para encontrar una solución a la guerra en Siria y su control de los refugiados de este país. Pero cada uno en su sitio y a partir de ahora más que nunca.

*Embajador de España

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