Diario de Mallorca

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Eduardo Jordà

Embaucadores

No hay presa más fácil para un embaucador que los enfermos desesperados que buscan como sea una solución a su mal. Hace años, recuerdo el caso de una sobrina de un cura amigo mío que se fue a Filipinas a tratarse una ELA (una esclerosis lateral amiotrófica), cuando la enfermedad ya estaba en una fase muy avanzada y la chica -tenía sólo 18 años- apenas se podía mover y tenía que desplazarse en una silla de ruedas (con un teclado para poder expresarse a la manera de Stephen Hawking, ya que la chica tampoco podía hablar). En Filipinas había unos curanderos que prometían curar el ELA haciendo unas incisiones y unos masajes mágicos en el cuello, y aunque ese fraude era muy conocido y había sido denunciado a menudo por la prensa europea, los familiares de esa chica mallorquina se la llevaron a Filipinas buscando un remedio milagroso que evitara lo que parecía ya inevitable. El remedio no sirvió de nada y les costó una pequeña fortuna (y la familia era cualquier cosa menos rica), porque la chica murió poco tiempo después, antes de cumplir los veinte años.

Supongo que es muy fácil burlarse desde lejos de la gente que se deja embaucar por esta clase de productos o tratamientos milagrosos. Pero hay que meterse en la piel de alguien que sabe que se está muriendo -y en la de sus familiares y allegados- para entender la credulidad con que mucha gente se entrega al primer charlatán que se le pone por delante. Y ni siquiera hace falta que se trate de enfermos con dolencias muy graves, porque todos nos dejamos engatusar por cualquier clase de potingue que nos prometa una cura rápida o un remedio eficaz. Los que hemos perdido pelo sabemos la cantidad de productos y lociones con la que nos hemos masajeado pacientemente "el cuero cabelludo", según nos decía el médico o el vendedor del producto que nos había convencido para que lo usáramos. La mayoría de las veces no hemos conseguido nada con estos tratamientos (bueno, a mí una vez el pelo se me puso de un extraño color verde), pero nunca nos hemos atrevido a reconocer que un día -o muchos- nos dejamos engañar por un potingue que no servía para nada.

Y esta tradición de productos curalotodo es tan antigua como la civilización. Mi padre me contaba que en Mallorca había un médico -extranjero- que se había hecho millonario en los años 60 poniendo unas supuestas "inyecciones de oxígeno" (que según mi padre no eran nada más que inyecciones de agua estéril) que podían rejuvenecer y mejorar la energía vital del paciente. Uno de los incautos que pagaron por cada inyección las 50.000 pesetas que costaban (una fortuna en aquella época) fue el obispo de Mallorca, que no tardó en recomendar aquellas inyecciones de oxígeno a todos sus conocidos. La consulta de aquel médico milagroso -por llamarlo de alguna manera- se llenó de gente, y eso que en aquellos años 50.000 pesetas eran muy difíciles de encontrar. Y al cabo de un tiempo, aquel mismo médico inventó otros procedimientos curativos que le dieron más fama aún. Uno de sus mejores pacientes era el naviero griego Niarchos, que atracaba su yate en el puerto de Palma y anunciaba eufórico a los periodistas que había venido a hacerse un tratamiento con el ilustre Doctor No Diremos Su Nombre. Como es natural, los tratamientos tenían nombres rimbombantes y se anunciaban con toda clase de palabrería científica (o más bien seudo-científica). Pero un naviero millonario que era un lince para los negocios y probablemente no se dejaba engañar por nadie, en cambio se tragaba sin problemas las curas milagrosas de aquel doctor No Diremos Su Nombre. Y si al obispo le cobraba 50.000 pesetas de los primeros años 60, será mejor no imaginar cuánto le cobraba al naviero Niarchos, cuyos yates -se decía- eran más grandes incluso que los de Onassis.

Lo único que se puede decir a favor del Doctor No Diremos Su Nombre es que nunca se valió de la protección institucional o del prestigio de una universidad pública o de una clínica privada. Él actuaba por libre y sólo usaba sus dotes de embaucador y sus exquisitos modales (aunque su historial político, que muy poca gente conocía, era de lo más siniestro). Y por eso es tan grave lo que ha pasado en Mallorca con el caso del tratamiento fraudulento contra el cáncer que en cierta forma estaba avalado por la UIB. Por suerte han sido médicos de nuestra Seguridad Social -como mi padre- los que han denunciado y desenmascarado a los doctores que se dedicaban a enriquecerse vendiendo sus supercherías. Pero uno se pregunta qué cosas podría haber llegado a hacer el milagroso Doctor No Diremos Su Nombre si hubiera vivido en nuestra época.

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