Diario de Mallorca

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Alquilo baldosa

Trabajadores de temporada que llegan a Mallorca en coche debido a la imposibilidad de encontrar un techo que les cobije. El mecanismo es relativamente sencillo: embarcar su vehículo en algún navío de algún puerto de la península y hacia Mallorca que van, con la casa a cuestas, como tortugas o caracoles. Por lo menos, el vehículo les servirá como casa rodante. Toda una aventura si se mira desde otro ángulo. También hay balcones en los que uno puede encajar a duras penas un colchón. Eso sí, a 500 euros la noche. La última opción es la de quedarse a vivir durante unas semanas en una furgoneta que algunas agencias turísticas proponen como alternativa a eso que llaman “presión humana.” Nos podríamos poner en plan vintage y recuperar aquellos míticos Simca 1000 para hacer el amor en su interior, como ya decía la canción. Rescatar a los 600 y a los 850, por no hablar de los 2CV y los Mini Cooper. El primero, con una suspensión mullida. El segundo, con la ya consabida rigidez británica. Sin duda, es una opción maravillosa para las parejas aguerridas y para los viajeros solitarios, ascetas ellos. Esto, amigos, se ha convertido en una auténtica fiesta. Ya no valen los lamentos previsibles de los apocalípticos. Y lo dice alguien que, en alguna ocasión, ha pecado de catastrofista. Lo inteligente es largarse de esta isla o bien sumarse sin sonrojo a la juerga de la presión humana. Que viva el contacto humano. El día que nos falte lo echaremos de menos y recordaremos con cierta nostalgia aquellos días de masas apabullantes, de cruceristas alelados, de las manadas de cicloturistas fastidiando en las carreteras.

En cualquier caso, siempre nos quedará la huida a eso que Sergio de Molino denomina la España vacía y el periodista levantino Paco Cerdán, la Laponia española, esos lugares casi desiertos, esos pueblos en los que habitan tres o cuatro personas y, en algunos casos, como el de una aldea soriana, una muchacha brava que admite no tener miedo a la soledad. Quienes solemos padecer el agobio de nuestros semejantes, estos lugares nos parecen la panacea, el remedio a todos nuestros excesos demográficos. Son espacios despejados y muy baratos en los que el encuentro con un semejante se presenta casi como un hallazgo inesperado, una fiesta de la conversación que nos reconcilia con los hombres. Por el contrario, aquí hace ya rato que hemos pasado de la isla de la calma a la isla colmada, diciéndolo con suavidad. Por lo tanto, se trata de convertir el asedio en negocio. Hay opciones de alquiler que todavía el residente balear no ha contemplado por falta de imaginación. El corral, el garaje, el propio coche, el remolque, un metro cuadrado de baldosa cocida, la tabla de planchar para los que exigen poco y se avienen a todo, pues tampoco hay que hacerle ascos a cualquier superficie por exigua que sea. Tú dame algo horizontal que yo ya me las arreglo para echar una cabezada. No seamos tan exquisitos. Siempre nos quedará un felpudo sobre el que acurrucarse la mar de bien y practicar la posición fetal, que es la postura que ocupa menos espacio. Las tablas de surf para quienes deseen la cercanía del mar a todas horas. En fin, que sobran las alternativas. Por cierto, el sarcasmo y el espíritu socarrón corre de nuestra cuenta, que para eso somos mallorquines. Lo que decía: o aguantar el tipo poniendo cara de sufridor, y cobrar sin mover una ceja por estancias en el balcón, o bien huir al galope hacia las tonificantes Tierras Altas, allí donde la presencia humana puede ser un bellísimo milagro y el eco de nuestra voz nos recuerda que no estamos del todo solos si nos hacemos compañía.

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