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Antonio Papell

Holanda, un respiro

Holanda, un poco mayor que Cataluña y con 17 millones de habitantes (un millón de ellos musulmanes), es la quinta economía...

Holanda, un poco mayor que Cataluña y con 17 millones de habitantes (un millón de ellos musulmanes), es la quinta economía del euro y la sexta de la UE, con una renta per capita de más de 42.000 dólares, que tiene un gran peso específico en la Unión Europea. Estuvo en la creación del Benelux, génesis del proceso integrador, y, como se ha recordado con ocasión de estas últimas elecciones, es un gigante exportador, con un muy elevado superávit comercial y con grandes multinacionales como Royal Dutch Shell, ABN Amro, Unilever, Heineken, Philips o KLM. Tiene un histórico peso en Bruselas por su tradicional cercanía a Alemania y en la actualidad son holandeses el primer vicepresidente de la Comisión Europea, Frans Timmermans, y el jefe del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, ambos socialdemócratas.

Pues bien: estas elecciones del miércoles, que han inaugurado un 2017 plagado de ellas en Europa -en abril y mayo se celebran las presidenciales francesas, que irán seguidas de las legislativas alemanas en otoño y probablemente de las italianas- y que se han celebrado después de dos grandes éxitos del populismo global, el ‘brexit’ británico y la elección de Trump enlos Estados Unidos, han supuesto un alivio para la racionalidad democrática. El candidato de extrema derecha, populista, racista y xenófobo, Geert Wilders, que llegó a figurar como vencedor en las encuestas, ha obtenido un resultado discreto, notablemente por detrás del liberal Mark Rutte. Según datos todavía provisionales, el VVD de Rutte ha ganado las elecciones con 33 de los 150 escaños del Parlamento (la mayoría está en 76), seguido por el Partido por la Libertad (PVV) de Wilders, con 20 (5 más que en 2012 pero dos menos que en 2010). Por detrás figuran la ‘Llamada Demócrata Cristiana’ (CDA) y los liberales de izquierdas, 'Demócratas 66' (D66), con 19 cada uno, mientras que GroenLinks (Los Verdes) habrían obtenido 14, los mismos que el Partido Socialista. El Partido Laborista habría obtenido 9 escaños, mientras que la Unión Cristiana y el Partido Animalista tendrían cinco. Otros cuatro partidos figurarían en el cómputo final con menos de cinco escaños.

La derrota de Wilders, quien sigue siendo un personaje excéntrico, minoritario, en su propio país, ha supuesto la ruptura de una peligrosa inercia populista que se había extendido por todo el ámbito occidental. El economista Olivier Blanchard (citado estos días por el periodista Claudi Pérez) ha explicado el fenómeno invocando la teoría antropológica de la Profecía Autocumplida (o el Efecto Pigmalión), que consiste en que cuando tenemos una creencia firme respecto a algo o a alguien, acaba cumpliéndose. Nuestra conducta intenta ser coherente con las creencias que sostenemos, lo que explica que determinados tópicos o ciertas supersticiones acaben conformando la personalidad de quienes las experimentan. En el caso que nos ocupa, la posibilidad de que el ascenso de las opciones populistas fuera una pauta universal que acabara autocumpliéndose se ha desmoronado en Holanda.

De hecho, los sociólogos políticos anuncian estos días ciertos síntomas de una recuperación intelectual en nuestros países, que volverían a las fuentes democráticas, a las creencias y los valores asociados a nuestra cultura, a nuestra civilización. Ello no significa una vuelta al pasado -la socialdemocracia por ejemplo ha mostrado en estas elecciones en Holanda las mismas debilidades que en los países del entorno- pero sí una renuncia al aventurerismo, un rechazo al ultranacionalismo de raíces étnicas que había regresado amenazante, una mayor desconfianza hacia técnicas de democracia directa y asamblearia que son en realidad regresiones y no avances. La próxima prueba para el europeísmo, para los valores esenciales de la convivencia europea, será el mes que viene en Francia. Allí habrá que confiar en que, pese a los dislates de los partidos tradicionales, la extrema derecha de Le Pen sea también puesta a raya por la inteligencia y la cultura de los propios franceses.

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