Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Cuidado con San Valentín

¿Quién es el Consell de Mallorca para dictaminar sobre el amor romántico? ¿Y con arreglo a qué criterios y a qué verdades científicas?

Por qué nos molesta que nos sermonee un cura, y en cambio toleramos -o incluso apreciamos- que nos sermonee un organismo público? Lo digo por la última campaña del Consell de Mallorca contra el amor romántico, "Desmuntant Sant Valentí". Según leo, algunos dirigentes del Consell consideran que la celebración -ciertamente idiota- de San Valentín "difunde una idea del amor que no es real y que puede dar lugar a relaciones tóxicas y no igualitarias". ¡Glups! Si no he entendido mal, esta campaña introduce una relación de causa/efecto entre la idea de amor romántico y las relaciones posesivas, no igualitarias y no saludables. Es decir, que la simple idea de enamorarse puede acabar desembocando en una situación muy poco saludable. Pues claro que sí. Pero es que todo en la vida puede acabar dando lugar a una situación tóxica, no igualitaria y no saludable. La vida misma, sin ir más lejos, acaba siendo una actividad que segrega una infinidad de situaciones tóxicas, no igualitarias y no saludables. Pero cualquier ser adulto, por el mero hecho de serlo, debería estar capacitado para enfrentarse a esas situaciones con un mínimo de coraje, responsabilidad y sentido común.

A eso de los doce o trece años -o quizá antes- todos los seres humanos nos hacemos conscientes de que algún día tendremos que morir. O dicho de otro modo, todos descubrimos que algún día tendremos que padecer la situación más tóxica y menos saludable que podamos imaginarnos. Vivir es una empresa sin sentido en la que al final todas las ganancias -si las hemos tenido- acaban convirtiéndose en pérdidas. Ahora bien, hacerse adulto significa aprender a convivir con esa idea tan tóxica y tan poco saludable. Y no sólo eso, sino que hacerse adulto también significa aprender a convertir esa idea tan desalentadora en una excusa para conseguir que nuestra vida pueda dejar al final un recuerdo cuando menos digno y decente y honroso.

Pero esta campaña tiene también otras lecturas, aparte de demostrarnos ese molesto interés que tienen algunos políticos por sermonearnos a todas horas. ¿Tienen las administraciones públicas la potestad de dictaminar qué clase de amor es el más nocivo y desigual en las relaciones personales? Y si es así, ¿quién lo decide? ¿Y con arreglo a qué criterios? Me pregunto qué pasaría si un obispo, desde un púlpito o una emisora de radio, dijera que el amor romántico es tóxico y poco igualitario, y por lo tanto recomendara a sus fieles que no lo practicaran o que desconfiaran de él. "¿Quién demonios le ha dado derecho a este tío a pontificar sobre esas cuestiones?", diríamos -y con razón- todos los que nos sintiéramos ultrajados por esa intromisión en nuestra intimidad y nuestra conciencia. Pero ahora parece que le permitimos a un organismo público lo que le negaríamos a un representante religioso. ¿Quién es el Consell de Mallorca para dictaminar sobre el amor romántico? ¿Y con arreglo a qué criterios y a qué verdades científicas?

Por supuesto que cualquier persona con dos dedos de frente sabe que el amor romántico puede acabar en una horrible historia de celos y de relaciones descompensadas, con sus riesgos inevitables de dependencia y posesión. Pero ¿es posible un amor, cualquier clase de amor, que esté libre de riesgos? Me refiero a un amor verdadero, genuino -no sé si atreverme a escribir "romántico"-, que implique deseo, turbación, ansiedad, desamparo, delirio y ensoñación. Porque eso, nos guste o no, es el amor. Es imposible concebir el amor como si fuera una especie de compleja ecuación sentimental en la que todo sea racional y frío y calculado, como si toda esa incontrolable ebullición interior pudiera canalizarse por medio de una especie de socialdemocracia sentimental. Por amor, uno puede lanzarse por una ventana o dejarse morir de hambre o emigrar al otro extremo del mundo. Pero lo que nunca nadie podrá hacer por amor -si ese amor es genuino, repito- es convertirse en una calculadora. Y quien piense lo contrario es que no está bien de la cabeza.

El Consell de Mallorca tiene competencias en materia de bibliotecas, polideportivos, parques de bomberos, patrimonio histórico, medicina deportiva, catalogación de caminos y mil cosas más. Pero nadie en su sano juicio podría entender que también tenga competencias sobre el amor romántico y sus consecuencias en la vida cotidiana. Que a nuestra izquierda le haya dado por dictaminar sobre cuestiones que ni le incumben ni son patrimonio de nadie es una de las causas de de que Donald Trump y sus imitadores hayan llegado tan tranquilos al poder. Pues nada, a seguir igual, siempre adelante.

Compartir el artículo

stats