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Antonio Papell

El pistolero canadiense

Alexandre Bissonnette es un joven canadiense de 27 años, estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Laval, que el pasado domingo irrumpió en la mezquita del Centro Cultural Islámico de Québec con un fusil de guerra y empezó a disparar indiscriminadamente contra las personas que asistían a los servicios religiosos. Murieron seis musulmanes, todos varones, con edades entre los 36 y los 60 años. Todos los caídos eran ciudadanos con arraigo en el país: un geólogo, un programador, un contable, un profesor universitario? El pistolero canadiense actuó al parecer solo, contaminado por la presión mediática islamófoba circundante. En su página de Facebook, reconocía ser admirador de Marine Le Pen y de Donald Trump. Veía también con simpatía a una asociación canadiense que quiere revisar el vigente modelo multicultural?

El periódico quebequés 'Le Soleil' publicaba el martes un comentario editorial en el que sostenía que el veto aprobado el viernes anterior por Trump contra los ciudadanos de siete países de mayoría musulmana podía haber alentado a Bissonnette a actuar. Posteriormente, el mismo periódico analizaba con pormenor el perfil del asesino, detectaba el marco de intimidación psicológica en que al parecer se había movido, su aislamiento social, su progresiva radicalización? y el acontecimiento desencadenante: el anuncio de Trump de que por fin se ponían trabas consistentes a la inmigración de musulmanes.

El populismo iconoclasta y bravucón que se ha vuelto hegemónico en los Estados Unidos y que hoy vertebra al principal partido político de Francia no formaliza solo un proyecto político que pueda encajarse sin problemas durante un tiempo, como una opción ideológica más, en los procesos constitucionales de los países: su irrupción acarrea la desaparición de los valores sociales y políticos dominantes y su sustitución por una inconcreta ley de la selva que se aplica con brutalidad. Y que, como es natural, da alas e incita a actuar a quienes han impulsado democráticamente mediante el voto tan colosal ruptura, y a los que la contemplan desde fuera con devota admiración.

Probablemente el pistolero canadiense, un personaje retraído y tímido, inseguro y frágil, nunca hubiera osado pasar a la acción si unas horas antes un individuo de la potencia mediática, política y económica de Trump no hubiera dado el aldabonazo de atreverse a anatematizar y demonizar a varios países musulmanes, cuyos habitantes quedaban radicalmente proscritos porque constituían una amenaza por el hecho de exhibir tal nacionalidad. Es obvio que no se puede culpar directamente a Trump del séxtuple crimen de Québec, pero también lo es que el ímpetu de este ser detestable, misógino y racista, engendrará monstruos, dará alas a todos los pusilánimes que predican los peligrosos arcanos nacionalistas, la reclusión en culturas aisladas e intransigentes, el fin del cosmopolitismo y de la globalización.

Sorprendentemente, en esta vieja Europa decadente, dos voces se han alzado sin embargo contra la brutalidad de Trump: la de Merkel y la de Tusk. Merkel afirmó el mismo domingo que la lucha denodada contra el terrorismo no justifica "que se coloque bajo sospecha generalizada a personas en función de una determinada procedencia o religión". Y Tusk, presidente del Consejo Europeo, ha incluido "las preocupantes declaración de la nueva Administración americana" como una de las tres grandes amenazas a la UE en una carta a los 28. "Parece que los la nueva Administración cuestiona los últimos setenta años de política exterior americana", ha declarado luego el político polaco. Las protestas españolas han sido, de momento, de demasiado baja intensidad.

No deberíamos optar en esta coyuntura por las políticas de apaciguamiento. Ni frente a los Estados Unidos ni ante una Francia que deriva hacia idénticos parajes y que los propios franceses, secundados por el espíritu de Europa, deben levantar de nuevo. Es hora de blandir las verdades como puños ante la desfachatez de los sátrapas populistas para que entiendan que no tienen ante ellos un terreno de impunidad.

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