Cada vez más organismos internacionales efectúan recomendaciones a los Estados. No hay día en que el periódico no informe de que el FMI, o la Comisión Europea, o la OCDE o cualquiera de las innumerables organizaciones públicas, semipúblicas o privadas recomiendan subir/bajar impuestos, reducir/incrementar el déficit, invertir en esto o en aquello, efectuar tales o cuales reformas.
La opinión es libre, pero sorprende que instituciones de peso, como pongamos por caso el FMI, se lancen a aconsejar con frecuencia sobre la pertinencia de tomar medidas de unas trascendencia objetiva descomunal sin acompañar la recomendación de un gran aparato crítico que la respalde. Así, cuando el FMI propone que España suba el IVA de la hostelería, ¿estamos seguros de que tal institución ha evaluado el efecto de tal medida sobre el turismo, sobre el empleo, sobre los negocios en marcha, sobre las expectativas del mercado, etc.? Aparentemente, el mundo de las previsiones económicas, que a la hora de la verdad son siempre incapaces de prevenir cualquier catástrofe cinco minutos antes de que se desencadene, es de una gran frivolidad. Y muchos harían bien callándose en lugar de seguir desacreditando su mágica capacidad analítica.
