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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Bla-bla-bla

H ace años, en el college norteamericano donde estuve dando clases, se anunció que los baños iban a ser mixtos. Las razones no estaban muy claras, pero parece ser que se consideraba "progresista" que alumnos y alumnas compartieran los mismos baños. Nada de diferenciaciones, nada de sexismo. Además, así se evitaría cualquier clase de discriminación hacia los alumnos transexuales. En aquel college no había ningún transexual entre sus 2.500 alumnos, pero los baños iban a ser "all-gender restrooms", o "neutral restrooms". El progreso de la humanidad, parece ser, así lo exigía.

La noticia no cayó nada bien entre los alumnos. Una chica dijo que estaba horrorizada sólo de pensar que tendría que compartir el baño, a primera hora de la mañana, con los búfalos enloquecidos del equipo de rugby tal cual lo dijo. Otras chicas dijeron que no les hacía ninguna gracia estar rodeadas de machotes "cuando estamos ahí dentro". Otras se quejaron de la suciedad de los hombres. "Tendremos que llevar guantes de plástico", dijo una. "O más bien una escafandra", dijo otra. Y los chicos tampoco estaban muy entusiasmados con la idea. "Preferiría un poco más de intimidad y no encontrarme a las animadoras del equipo de baloncesto cuando voy al baño, sobre todo si la noche antes he cenado una pizza con jalapeños", me dijo un alumno que cantaba en el coro y estudiaba música renacentista. Otro alumno se quejó de que si ya era complicado compartir los baños con los demás alumnos ruidos, suciedad, bromas de muy mal gusto, no quería ni imaginarse cómo sería aquello si también tenían que compartirlo con las alumnas. "¿Y la intimidad? ¿Y la tranquilidad? ¿Es que ya no tenemos derecho ni siquiera a eso?", se preguntaba. Cuando los alumnos me contaban estas cosas, recordé el caso de un escritor americano Gary Shteyngart que casi llegó a sufrir una oclusión intestinal tras padecer estreñimiento crónico en la universidad. ¿La razón? En su college, el más liberal de Estados Unidos, los baños compartidos ya estaban en funcionamiento en los años 90. En sus memorias, Shteyngart cuenta que nunca supo cómo consiguió salir vivo de aquella prueba.

Estos días se ha anunciado que el ejecutivo "progresista" de la Generalitat Valenciana acaba de aprobar una ley "La ley de Identidad de Género y Transexualidad de los menores" que obliga al uso de baños mixtos en los colegios para garantizar la "autoidentidad de género" de los menores transexuales. No sé cuántos menores transexuales puede haber en la Comunidad Valenciana, pero no creo que puedan ser muchos, y si es justo que se atiendan sus necesidades, lo que no tiene mucho sentido es que se cambie una norma que afecta a miles y miles de alumnos y que seguramente no les hará ninguna gracia, sobre todo a las chicas. Pero por alguna razón ignota, estos temas fascinan a nuestra izquierda y le hacen perder horas y horas de energía y de tiempo. Veamos otros temas que despiertan un interés similar: la causa de los okupas, el patriarcalismo neo-liberal (así lo definen, signifique eso lo que signifique, si es que significa algo), la transfobia, el lenguaje inclusivo no sexista, el animalismo, todo eso. Uno se pregunta si estas causas son las que de verdad interesan a la gente, y uso la palabra "gente" porque es la que más suele usar esa misma izquierda. ¿De verdad el animalismo o la transfobia inquietan a los empleados que cobran 450 euros por un trabajo de ocho horas? ¿Les dicen algo a los contratados en precario, a los parados, a los que no saben si van a poder cobrar una pensión? Lo dudo mucho.

Ahora todo el mundo se echa las manos a la cabeza por la victoria de Donald Trump, pero ¿se ha preguntado alguien cuál era la alternativa? ¿Qué ofrecía Hillary Clinton? ¿Y qué habría podido ofrecer Bernie Sanders, si se hubiera podido presentar como candidato demócrata? ¿Hablaban el mismo lenguaje que hablaban mis alumnos que no tenían ningunas ganas de compartir los baños en su universidad, por muy progresista o antidiscriminatoria que fuera esa medida? ¿Y hablaban el lenguaje de los habitantes de nuestro condado de Pensilvania, donde la mayoría de las fábricas habían cerrado y la gente que había aprendido a vivir con un sentimiento de comunidad un empleo duradero, unos mismos compañeros de trabajo, unos dueños de la fábrica que llevaban viviendo toda su vida en el mismo sitio de pronto veían cómo todo aquello se venía abajo?

No, claro que no. Pero ya verán que la izquierda no cambiará de discurso y seguirá hablando de lo mismo, aquí y en Estados Unidos: transfobia, patriarcalismo neo-liberal, autoidentidad de género, antidiscriminación, multiculturalismo inclusivo y bla-bla-bla. Los Trumps del mundo y hay muchos lo van a tener muy fácil.

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