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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

El ajuste de cuentas

La entrevista de Sánchez con Évole en el programa Salvados del pasado domingo consistió en un ajuste de cuentas del dimitido secretario general con El País, Cebrián, Alierta, González, Díaz, Hernando y la gestora del PSOE. Pero fue algo más. Un nuevo ejercicio de transformismo y de inconsistencia del hasta hace nada responsable del centenario partido socialista: "Me equivoqué al calificar a Podemos de populista"; "hay que tratar a Podemos de tú a tú"; "Cataluña es una nación y España una nación de naciones". Reclamó la convocatoria urgente del congreso y de las primarias, para las cuales se revistió con el traje de humilde oyente recopilador de las amargas lamentaciones de unos afiliados desoídos por una gestora al servicio de la vergonzosa rendición a Rajoy. Para ello inicia desde ya su larga marcha en coche por las carreteras de España en pos de la refundación del PSOE y de España. Pensará remedar a Mao Tse Tung.

Si con sus acusaciones contra El País demostró no tener ni idea del papel de la prensa libre en una democracia, con su gestión con Alierta evidenció las presiones del poder político sobre las líneas editoriales, que pasan a ser instrumento de conspiradores cuando cambian el halago por la crítica. Afirmó identificarse con el González de 1982, no con el de ahora, sin caer en la cuenta, habla de oídas (el González de hoy ha perdido para mucha gente la condición oracular que tendría de no haberse incorporado al consejo de administración de Gas Natural y al gozo de la vida refinada, por mucho que sus opiniones sigan siendo sensatas), de que el González de 1982 era el que había hecho transitar al PSOE del marxismo a la socialdemocracia, del radicalismo a la moderación, el que preconizaba un cambio sensato: "que España funcione", el que inició la ardua tarea de liberalizar la economía española con el ministro Boyer, el que defendió, al contrario que otros líderes del socialismo del sur de Europa (Mitterrand), un proyecto propio socialista al margen de la izquierda comunista. González representa todo lo contrario al populismo que representa Podemos y al que tan próximo se declara Sánchez. Pero sobre todo, en el 82, González representó, como la mayoría de políticos de aquellos años, la voluntad de superación de la Guerra Civil y del odio entre los españoles, la consolidación de la democracia, la modernización de España y su inclusión en Europa. Todo lo contrario de lo que representa Podemos ejemplificado por sus aplausos al discurso del odio de Rufián y Matute, ERC y Bildu.

El discurso, por llamarlo de alguna manera, de Rufián, fue pura destilación de odio, odio en estado puro. Aunque no puede negarse que el protagonismo de Antonio Hernando como presidente del grupo parlamentario socialista fue una torpeza de la gestora. Por mucho que pretendieran la imagen de estar cosiendo al PSOE dando papel estelar a uno de los hombres más cercanos a Sánchez, el discurso de la abstención resonó impostado en boca de un portavoz que había comprometido su propia credibilidad personal y la del PSOE asegurando, a lo largo de julio y agosto, que abstenerse sería como traicionar a sus electores y despojarse de toda coherencia. Le dejaron a Rufián el discurso armado. Bueno es ese Rufián para adornar ese discurso con toda la vileza y el resentimiento de un charnego dispuesto a hacer historia. Rufián me ha recordado una película del oeste, The Gunfighter, protagonizada por Gregory Peck en el papel de Jimmie Ringo, un viejo pistolero de gran renombre por su rapidez en desenfundar el Colt, cansado de los años y los desafíos, al que planta cara uno más joven, ansioso de adquirir a su costa la fama que ansía. Rufián, disfrazado de existencialista, es un matón que, seducido por la alta cotización del odio en el mercado de las emociones tras los males sin cuento que la partitocracia ha infligido al país, se ha reivindicado, en la España distraída por la cobra de Bisbal a Chenoa, con una diatriba similar a la de los que en 1936, en uno y otro bando, descargaban el odio a tiros. En versos de Pedro Luis de Gálvez, un precursor de mucha más categoría: "De cuerpo flaco y ademán nervioso./ En el ceño: el carácter prisionero:/ Rencor: Malignidad. Poco dinero./ El verbo pronto, claro y venenoso." Y ya sabemos por la historia que las palabras son mucho más mortíferas que los tiros. Es con el partido que encuadra a este esperpento, ERC, y con el partido que lo aplaudió en la sesión del congreso del sábado, Podemos, con los que dijo el domingo querer avenirse Sánchez.

En su hasta ahora secreta concepción de lo que son España y Cataluña, afirmó con rotundidad que España es una nación de naciones. Es decir, expresó su absoluta coincidencia con el planteamiento de Pablo Iglesias y Podemos para resolver los problemas territoriales en los que estamos envueltos en Cataluña, País Vasco, Galicia, Comunidad Valenciana y Balears. Es, o, mejor dicho, pretende ser una formulación que abra el paso a la aplicación del derecho a decidir, eufemismo del derecho de autodeterminación, con la que se pretende apaciguar a los nacionalismos periféricos. No se da cuenta cabal de que dicha formulación nunca puede satisfacer a los nacionalistas por una sencilla razón: que los nacionalistas niegan absolutamente la compatibilidad de identidades diferenciadas. Un nacionalista catalán nunca aceptará que España sea una nación; y un nacionalista español tampoco concederá que lo sea Cataluña. Porque la realidad de una implica la inexistencia de la otra. Esto es lo que pasa cuando se da estatuto político, jurídico, a una abstracción orgánica, sea étnica, territorial, lingüística, de tan polisémico significado, como diría un ilustre hermeneuta como Zapatero. Como último recurso se define nación con el conjunto de personas que tienen voluntad de constituirse como tal identidad, llamarse así. Una tautología, cuando sabemos por la gramática que lo definido no puede entrar en la definición. Pero, por encima de todo, lo de que España es una nación de naciones es un simple constructo lingüístico para intentar contentar a los nacionalismos, un conjuro de aprendiz de brujo para espantar demonios. Detrás no hay absolutamente ningún significado contrastable en el derecho comparado. Como cuando, utilizando parecida abstracción, dijéramos que el pueblo español es un pueblo de pueblos. El populismo está a sus anchas en el uso de esas abstracciones simplificadoras, nación, pueblo, arriba, abajo, Ibex 35, la conspiración de los poderosos, izquierda, derecha. Soluciones simples a problemas complejos. A él se ha entregado Sánchez; a él quiere entregar al PSOE.

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