¡A vela, no! ¡a vela, no! ¡a vela, no!, se escuchó por tres veces vociferar groseramente al patrón encargado de cobrar la estancia en las balizas de cala Blava a los mandos de una neumática a motor propiedad de la concesionaria. A las palabras en tono alto le siguieron amenazas verbales de denuncia ante la Guardia Civil y un extenso reportaje intimidatorio en soporte fotográfico o de video, o las dos cosas a la vez.

El aludido patrón-cobrador, sin estar investido de la más mínima autoridad y cuya función se limita a recaudar la correspondiente tarifa por la ocupación de las balizas y realizar tareas de información a quienes tienen prohibido anclar en los fondos arenosos (arena y sólo arena) que se ubican paralelos a la costa, desde Punta Orenol hasta casi llegado cap d'Enderrocat, consideró que debía prohibir navegar a vela a un balandro clásico de paseo de siete metros de eslora, de los llamados daysailer, impulsado por un flojo suroeste de apenas ocho nudos de velocidad.

El velerito y sus cuatro tripulantes venían de haber sobrevivido, pocos minutos antes, a lo que hubiera podido ser un accidente mortal. A la altura de cap d'Enderrocat, una embarcación a motor navegando a más de veinticinco nudos, con el piloto automático activado y/o con una falta total de atención, prudencia o pericia y sin respetar las más elementales normas de navegación y seguridad, rectificó su rumbo ante los gritos y aspavientos de desesperación procedentes del velero, escasos cinco metros antes de la colisión. Y lo más sangrante es que ni aminoró la marcha ni pidió disculpas ni volvió atrás para saber si se requería algún tipo de ayuda. Dobló el cabo y, sin más, desapareció.

Que al poco rato apareciera el grosero patrón-cobrador de balizas e increpara a uno de los pocos navegantes de la zona que estaban respetando el entorno con una navegación lenta e impulsada por el viento, cuando menos es paradójico y a la vez surrealista.

Había en la zona grandes barcos de motor a altas velocidades, contaminando, dejando enormes olas y poniendo en peligro a embarcaciones más pequeñas; motos de agua haciendo lo propio; parapentes arrastrados por lanchas por entre los mástiles de los veleros y, sin embargo, el único que al parecer molestaba era el pequeño velero a tres nudos de velocidad que venía de haber escapado milagrosamente de un siniestro cuyo resultado, con toda seguridad, habría sido catastrófico.

Convendría que antes de ponerlo al mando de una neumática con un fuera borda, se aleccionara al patrón-cobrador, por quien corresponda, que los barcos de vela que para el que no lo sepa se mueven únicamente por la fuerza del viento son aquéllos que no contaminan, aquéllos que en su inmensa mayoría están patroneados por navegantes con importantes conocimientos del mar y absoluto respeto por el medioambiente y el entorno y que nunca sufrirán un despiste o cometerán una negligencia que pueda poner en peligro a los demás.

¡A vela, no! es cuando menos un despropósito que con indulgencia diríase que provocado por la más absoluta ignorancia de quien lo profirió.

Si cambiáramos la frase por "¡A vela, sí!", las cosas irían muchísimo mejor y si la repitiéramos tres veces, tal vez comenzaríamos a creérnoslo.

*Navegante