El surgimiento de nuevos partidos, casi siempre vinculados a alguna forma de populismo pero muy variados en su orientación, no es un fenómeno unidireccional ni uniforme: en toda Europa surgen opciones de reciente formación, y en todos los casos se advierte que el proceso de gestación es el mismo: las nuevas organizaciones no surgen tanto porque haya ideas nuevas que defender sino porque los partidos viejos han abdicado de sus principios, han mentido en sus relaciones con el electorado o han sido incapaces de hacer pedagogía cuando era necesario explicar a la opinión pública el porqué de determinadas decisiones impopulares. El último episodio de arrinconamiento de un partido convencional por otro radical y populista acaba de suceder en Alemania, donde el racista y ultraderechista AfD (Alternativa para Alemania), con el 21,9% de los votos, ha sobrepasado a la CDU de Merkel (19%) y apenas ha quedado por debajo del SPD (30,2%) en las elecciones de Mecklemburgo-Pomerania Occidental. Todos los analistas apuntan como causa de esta débacle la generosa política de inmigración de la canciller, pero es difícil de creer que la sociedad alemana, madura y desarrollada, hubiera reaccionado de este modo si las políticas gubernamentales se hubiesen explicado con el esfuerzo pedagógico necesario. Falla seguramente lo procesal y lo primario y no el código de valores. O al menos, esta es la esperanza que debemos cultivar.
