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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Un país avergonzado

Edmund Burke dijo en una ocasión que "Para que el mal triunfe, sólo se necesita que los hombres buenos no hagan nada". Yo creo que en el ámbito de la política la frase es errónea. Revela una sorprendente propensión al optimismo de un conservador. Se corresponde con una reflexión que, a la luz de la crisis del sistema político, he oído a personas de probada inteligencia, sólidos principios morales y acendradas convicciones democráticas. Son personas admirables, que anteponen el juicio crítico sobre su propia responsabilidad política como ciudadanos, al desdén, por muy merecido que pueda parecer, a la llamada clase política. Se acusan de un pecado de omisión: "Si todos los que nos sentimos moralmente decepcionados por la deriva de la política, trátese de uno u otro partido, nos hubiéramos implicado en la misma, cualquiera que fuera la opción con la que pudiéramos sentirnos más identificados, no habríamos llegado a esos extremos de degradación". En política, y más en partidos de escaso funcionamiento democrático, en los que no existe la responsabilidad individual ante el elector, los llamados por Burke "hombres buenos" tienen todas las de perder enfrentados a sus antónimos; por una razón que a mí me parece clara: nunca estarán dispuestos a llegar donde sí lo estarán sus antagonistas en las batallas por el poder; sólo limpias sobre el papel, enfangadas en la realidad. Porque los límites son diferentes entre unos y otros. Porque lo que se dirime no son sólo ideas, también todos los beneficios del poder. Y no es que el poder corrompa, sino que libera la corrupción larvada, que se disfrazará hasta de altruismo con tal de prosperar. El mal está en el hombre. De ahí los defectos del funcionamiento de una democracia. Aunque sea el menos malo de los sistemas políticos. Por eso, más que la bondad son tan trascendentales el control del poder, la división de poderes entre el gobierno y el parlamento, la independencia de la justicia, la prensa libre, la competencia y la lucha contra los monopolios, la desconfianza ante el gobierno, sea del signo que sea.

La primera votación de la investidura del miércoles tuvo como resultado el rechazo a la candidatura de Rajoy al no conseguir la mayoría absoluta de los votos. Previsiblemente también será rechazada en el día de hoy al no poder conseguir más votos positivos que negativos. Con lo cual se reforzará la probabilidad de unas terceras elecciones. Será así a no ser que en un próximo intento de Rajoy tras las elecciones gallegas y vascas el PSOE cambiara su no por una abstención después de una nueva resolución de su comité federal. Sánchez prometió que no habría terceras elecciones. Pero, ya lo anunció Alfonso Guerra: que no haya terceras elecciones y un no a un gobierno del Partido Popular son términos contradictorios. Cuando se les plantea esta cuestión a los dirigentes socialistas responden siempre lo mismo: que ahora se está en el tiempo de Rajoy como candidato propuesto por el rey y que obtener la confianza de la cámara es de su exclusiva responsabilidad; debe buscar la complicidad de sus afines. Rechazan de forma tan absoluta que se les traslade la responsabilidad de posibilitar la formación de gobierno que califican a quienes así lo hacen, especialmente al PP y a Rajoy, de chantaje. La argumentación es tan peregrina que no sé cómo no se ponen colorados cuando la formulan. El PNV y la antigua Convergència serían los partidos afines a Rajoy. Cuando lo evidente es la existencia de una antítesis fundamental entre los que lideran un movimiento independentista al margen de la legalidad constitucional y de la democracia y la posición constitucionalista de PP, Ciudadanos y el mismo PSOE; división muchísimo más profunda que las posibles afinidades en el eje izquierda-derecha, al revés que entre los constitucionalistas. Los dirigentes del PSOE desgranan de forma cansina al modo de una cinta magnetofónica a la que se le da el replay este sofisma que avergonzaría a cualquier estudiante de bachillerato: Rajoy tiene que ganarse al resto de la mayoría conservadora que hay en el Congreso; sólo así se explica que fuera elegida Ana Pastor como presidenta en vez del socialista Patxi López. La elección de Ana Pastor fue posible en segunda votación por 169 votos a favor (PP y C's), 156 para López (PSOE y Unidos Podemos) y 25 votos en blanco (PDC, PNV, ERC, Bildu y CC). ¿Deberían haber sido para el PSOE estos votos en blanco? Es en la elección de las vicepresidencias donde se produjo la sorpresa de que la candidatura de PP y C's obtuvo 10 votos más, que previsiblemente provenían de PDC y PNV, absteniéndose ERC, Bildu y CC. Posiblemente para posibilitar grupo parlamentario para PDC, operación que finalmente se frustró. Es tremendamente aventurado deducir de tal episodio parlamentario la afinidad entre el PP y las dos fuerzas nacionalistas mencionadas.

Sánchez yerra y se obstina en una dirección sin salida que no comparten ninguno de los dirigentes históricos del PSOE. Ni González, ni Guerra, ni Zapatero, ni Borrell, ni Maravall, ni Rubalcaba, etc. Todos ellos reclaman diálogo. Y diálogo no es una reunión de veinte minutos con Rajoy. No es chantaje asegurar que sin la abstención del PSOE habrá terceras elecciones, es una obviedad. ¿Qué parte del razonamiento no entenderá la dirección socialista? No se trata de una cuestión de pocas luces. Simplemente tratan de ocultar que su verdadero deseo es la repetición electoral. Si así fuera y con parecidos resultados, ¿qué argumentos dejarían de ser válidos para no ir a las cuartas? Asumen este papel vergonzante porque creen que es su única garantía de mantener el poder; también porque creen que van a poder quitarse del cogote el aliento de Podemos. Alegan contra la argumentación patriótica como excusa antidemocrática para doblarles, al tiempo que, para defender sus poltronas, recurren al patrioterismo de partido. Cinismo revestido de virtud. Sánchez afirmó en el debate que si accedían al chantaje y posibilitaban el gobierno del PP en bien del país, también deberían hacerlo para que se aprobara el presupuesto del Estado. Nadie piensa que el PSOE deba aceptar ningún chantaje. No se trata de votar a Rajoy sino de desbloquear la formación de gobierno con su abstención. No gratis. Estableciendo sus condiciones, negociando. Lo mismo que para el presupuesto. Atrévanse a brindar la abstención a cambio de la cabeza de Rajoy, ese tunante que les zurra en los debates. Atrévanse a asumir algún riesgo. Atrévanse a hacer política, que no les va a caer del cielo, como hasta hace poco. Que los tiempos han cambiado. Los partidos no son un fin en sí mismos. Son simples instrumentos al servicio del país. Que los hombres buenos no sigan sintiéndose avergonzados.

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