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Camilo José Cela Conde

Vacaciones (digamos)

Dicen las noticias, esas noticias del mes de agosto que van a menos dentro de las tripas de unos diarios tan delgados como para parecer anoréxicos, que la mayor parte de sus señorías, los diputados y los senadores, andan como huidos, sin aparecer por las Cortes. La Mesa de la Cámara baja no termina de decidir si el mes de los calores será hábil o no a los efectos de los trabajos parlamentarios, que apuntan en una sola dirección: la de las sesiones de investidura. Ni el Partido Popular ni Unidos Podemos han presentado iniciativa parlamentaria alguno y quienes sí lo hacen tropiezan con la nada. Porque mientras no haya gobierno, o repitamos elecciones en noviembre si no se logra investir antes a nadie, de poco sirven las Cortes.

Llamemos vacaciones a esa situación de abandono que sus señorías siguen de manera amplia. Pero, ¿vacaciones de qué? Si vacar significa suspender el trabajo, estamos en que los diputados y senadores más aún los primeros que los segundos llevan vacando desde que se celebraron las penúltimas elecciones. Calificar de trabajo lo que hicieron en la legislatura fallida sería excesivo. Pero tal vez por la ley de las compensaciones en este agosto raro el trabajo se acumula para los comités de dirección de los tres partidos sujetos a la aritmética demente de la mayoría parlamentaria: PP, PSOE y Ciudadanos. Día sí y día también se reúnen, hablan, barajan posibilidades, tientan ofertas y marean una perdiz ya exhausta de tantas vueltas para sacar al final un comunicado de prensa o unas declaraciones diciendo lo mismo, siempre lo mismo, cada jornada.

Ni verdaderas vacaciones, pues, ni tampoco trabajo digno de tal nombre. Pero, por fortuna para ellos, los parlamentarios no quedan sujetos al régimen laboral del resto de los españoles. Sus periodos de asueto no dependen del número de días que hayan trabajado, cosa que sí les sucede a todos los que tienen un empleo digamos normal. Darles en esas condiciones a sus señorías siquiera una semana de vacaciones sería excesivo y llevan cerca de ocho meses en ese ocio extendido. Hay almas biempensantes que sostienen que la clase política trabaja mucho más que el resto porque han de cuidar de sus electores de continuo. Hay mentes sarcásticas que están de acuerdo en que el trabajo es continuo pero sólo el de ganarse un lugar en la lista electoral siguiente. En ninguno de los dos supuestos aparece el ejercicio de investir a un presidente. Así que en verano, y en otoño, y quién sabe si en invierno y en primavera, estaremos aguardando a que los miembros de las Cortes se animen a hacer eso mismo que se espera de ellos y para lo que cuentan con un sueldo espléndido al que se suman privilegios importantes. Si han decidido vacar no será por cuenta propia sino a cargo de los dineros públicos. Que lo pasen bien en espera de la nada, que esperamos muy poco de ustedes a estas alturas.

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