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Antonio Papell

Los imperativos políticos

En épocas turbulentas, de cambio de modelo y de modificación de los grandes equilibrios políticos, los partidos se encuentran con oportunidades irrevocables que no pueden rechazar porque se lo juegan todo en ellas. Tales oportunidades son en realidad imperativos explícitos de los que depende su futuro. Así por ejemplo, tras las elecciones generales del 20D, primeras en las que el viejo bipartidismo dio paso al actual esquema cuatripartito, Podemos tuvo la gran oportunidad de consolidar el gran cambio sumándose a la propuesta moderada que habían realizado el PSOE y Ciudadanos, pero después de un forcejeo interno declin la oporuntiado interno declinmó pero despugran cambio sunmas en las que el viejo bipartidismo dio paso al actual esq2uema cuatró aquella posibilidad y con aquella renuncia se condenó a su actual condición secundaria.

Los verdaderos motivos por los que en el último momento Pablo Iglesias abortó una operación que ya se había negociado y acordado no están todavía claros pero cabe imaginar que el líder de Podemos pensó que provocando nuevas elecciones tendría la oportunidad de adelantar al PSOE, de conseguir el ansiado "sorpasso", de adquirir la condición de principal fuerza de oposición, lo que dejaría a los socialistas maltrechos y con un serio problema de identidad y supervivencia. Lo cierto fue, sin embargo, que el electorado no aprobó en absoluto aquella renuncia, que suponía en la práctica mantener en el poder al Partido Popular, ni aceptó tampoco de buen grado la alianza con Izquierda Unida, que desnaturalizaba el discurso transversal de Podemos, ni transigió con el camaleonismo de la nueva formación, fue definida con el mayor impudor como socialdemócrata. En definitiva, Podemos ha desperdiciado el "efecto sorpresa" que, aunque no le entregó la anhelada victoria Errejón ha reconocido que esta era la estrategia, le situó en primera instancia en una posición envidiable, en la que hubiera podido tomar el mando de la izquierda desde el poder.

Tras el 20D, Ciudadanos asimiló en cambio con inteligencia y sentido de la oportunidad la ocasión histórica que se le brindaba y aceptó sin remilgos la invitación del PSOE de tramar un pacto de gobierno, que fue el primero de aquella índole en toda la etapa democrática que arrancó con la Constitución de 1978. La negativa de Pablo Iglesias a secundar aquella razonable propuesta de centro-izquierda, que llegaba al limite de lo tolerable por Bruselas y por la coyuntura española, frustró el empeño. Pero ahora Ciudadanos está siendo objeto de otra reclamación, a la que tampoco puede negarse.

En efecto, las elecciones del 26J arrojaron una clara victoria del centro-derecha, hasta los 182 diputados (cinco más que el 20D), si bien 13 de ellos son de partidos nacionalistas (ocho de CDC y cinco del PNV), con la particularidad de que el PP recibió un importante espaldarazo con relación a diciembre: un ascenso de más de cuatro puntos y 13 escaños, en tanto el PSOE perdía cinco escaños y C's ocho. En estas condiciones, los 169 escaños que suman PP y C's pueden calificarse objetivamente de "mayoría suficiente" para gobernar, por más que la investidura requiera un gesto ocasional del PSOE (o de cualquier otra formación) en forma de abstención.

Esta evidencia es comprometedora para Ciudadanos porque la alianza hipotética suscita una paradoja: Ciudadanos existe porque un sector del electorado del PP decidió desertar de una formación política que ha gestionado la consolidación fiscal sin sensibilidad social alguna y que se ha consumido en corrupciones sin precedentes que han afectado a prácticamente toda la organización. Por ello precisamente las condiciones que C's debería imponer al PP para pactar con él habrían de ser extraordinariamente duras. Pero la negativa al pacto, que no se justificaría alegando el rechazo del PSOE a colaborar en la gobernabilidad y que provocaría nuevas elecciones, podría suponer la desaparición de Ciudadanos. Sin paliativos ni segundas oportunidades.

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