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En el centenario de Natalia Ginzburg

El próximo jueves día 14 se cumplirán 100 años del nacimiento de la escritora siciliana Natalia Ginzburg (NG), fallecida en Roma a los 75. Y antes de seguir, convendrá que justifique el porqué de estas líneas cuando 1916 fue también, entre otros autores famosos, el año en que nació Cela, Blas de Otero o Peter Weiss, un dramaturgo esencial del siglo XX. Pues bien: se trata de que en Ginzburg, originalmente Natalia Levi y de ascendencia judía, se conjugan vida y talante para alumbrar una obra singular que es también, a más de confesional, memoria histórica.

De sus escritos puede deducirse que, como diría Unamuno, sentía el pensamiento y viceversa: pensaba el sentimiento. El resultado, una agradable sensación de autenticidad que embarga al lector de quien no fue nunca una intelectual en el sentido habitual del término, sino alguien que padeció y se sobrepuso: dolorida, reactiva y siempre comprometida con esa su memoria que se empeñó en traducir, negro sobre blanco, y quizá más como terapia propia que en busca de ajena sintonía.

Trasladada con su familia desde Palermo, donde había nacido, a Turín, allí casó (1938) con Leone Ginzburg, de quien tomó el apellido y que moriría seis años después en una cárcel romana a consecuencia de las torturas sufridas a manos de la Gestapo por una militancia antifascista que NG compartió activamente hasta ser nombrada diputada por el PC italiano en 1983. Fue en ésa época (1941), ella con sólo 25 años, cuando publicó su primera novela, El camino que va a la ciudad, con el seudónimo de Alessandra Torninparte, tomado del nombre de su tercera hija (los dos primeros, varones), nacida en el pequeño pueblo donde discurre el relato de sueños y deseos imposibles que expresa la protagonista, Delia, y que en buena medida impregnarán parte de su trabajo posterior.

NG trabajó en la Editorial Einaudi, cofundada por su primer esposo (casaría después por segunda vez, en 1950, con el también escritor Gabriele Baldini) y allí conoció a Césare Pavese, que se suicidaría con sólo 42 años. De él escribió en su obra más famosa, Léxico familiar: "Cometía errores más graves que los nuestros porque los suyos nacían de la prudencia, del cálculo y la inteligencia. No hay nada más peligroso que esa clase de errores, porque de los caminos en que uno se equivoca por sagacidad, es difícil regresar". Se aprecia, en ésta y otras innumerables observaciones, cómo los avatares personales y del entorno se incorporaron a una obra (una veintena de libros) de marcado cariz autobiográfico, sin eludir nunca aquellos tiempos sombríos. Tal vez, y como dijera el mismo Pavese, NG tomase la pluma como defensa frente a la vida y cuando ya no podía soportar (Faulkner) el daño que le hacían sus propios demonios.

Tras El camino€ siguieron Así fue (1947), Todos nuestros ayeres (1952) y, a finales de los cincuenta, los cuentos de Valentino. Después, Las palabras de la noche (1961; una novela corta y muy triste que protagoniza una chica de 27 años, Elsa) y, al año siguiente, los once relatos agrupados en Las pequeñas virtudes y sobre temas varios: la experiencia de ser mujer, la guerra, el paso a la madurez€ Es precisamente éste el que, al decir del periodista Rodríguez Rivero y en la reciente Feria del Libro de Madrid, regaló la Reina a Penélope Cruz y, si non e vero, ben trovato. Así llegamos a la ya citada Léxico familiar (1963), que muchos consideran su obra maestra, narrada en primera persona y que leí en su día con una mezcla de curiosidad y fascinación por esa vida doméstica que describe entre sus padres Lidia y Beppo -éste, profesor de anatomía-, junto a sus cuatro hermanos y en el marco de una Segunda Guerra Mundial que acabará por formar parte de la cotidianidad que nos acerca con lenguaje próximo y coloquial. Es en dichas páginas donde alude a su madre con un par de frases que conseguí memorizar entonces por si pudiesen servirme de báculo en el futuro: "Su espíritu no sabía envejecer y no conoció nunca la vejez, que consiste en quedarse humillados en un rincón llorando el desmoronamiento del pasado€"

Ya en la década siguiente, Querido Miguel o La familia Manzoni hasta la última en mi conocimiento, Memoria contra memoria (1988) donde, sin cortarse un pelo, contrapone sus recuerdos a los de editor Einaudi que a su juicio, y en uno de sus libros, omitía hechos relevantes e imprescindibles para aquilatar con justeza la época que a ambos les tocó vivir y, en cierta medida, sufrir. El caso es que no puedo por menos que recomendarles a Natalia Ginzburg si acaso no les ha acompañado en alguna ocasión. Su despojamiento de afeites y la sinceridad que trasmiten sus páginas la hacen, a cien años de su nacimiento, una autora que no caerá en el olvido. Afirmaba Barthes de los novelistas que, quien escribe, no es quien existe, pero creo que su observación no reza en modo alguno con ella. Y de ahí el interés que, pasados los años, sigue despertando.

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