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Entre privilegios y derechos

Cuando nuestros representantes públicos confunden los privilegios con los derechos, como sucede habitualmente, estamos ante un grave problema. Cuando se intercambian estos estatus, asoma el fantasma de la corrupción. Los derechos se ejercen. Sin más. Para los privilegios, se ha de ser acreedor y se da las gracias. Si se toman sin otorgamiento, además de ser de juzgado de guardia, se están riendo de nosotros. El desconocimiento que padecemos del rol de representante público en nuestra joven democracia es descorazonador.

La reciente derogación del complemento retributivo para los funcionarios que regresan a su plaza después de haber hecho política, el llamado plus del Nivel 33, es una de esas prebendas solo defendible por aquellos que la han cobrado hasta ahora. No encuentro explicación coherente del porqué un funcionario sí y otro ciudadano no, pues ambos están expuestos a la misma pérdida de lucro cesante profesional, por llamar de alguna manera a algo que dicen justificar lo injustificable. Que encima de cobrarlo intenten tomarnos el pelo pasándolo como un derecho resulta un sarcasmo.

Como esquilmado usuario habitual, el otro día me llevaban los diablos al publicarse que los concejales de Cort disponían de una tarjeta gratis total en los caros, y a veces inaccesibles por saturados, aparcamientos municipales. Muchos estamos esperando la resolución del escándalo: no solo las usaban sino que algunos se pasaban tres pueblos en su uso, con descaro. No creo que las necesiten por exigencia de servicio público. O no más que muchos ciudadanos anónimos que contribuyen a hacer ciudad sin esperar nada a cambio.

De vez en cuando nos llevamos estos sustos porque no somos conscientes en el día a día de la cantidad de prebendas y regalías que pagamos a nuestros poco púdicos representantes. Las desconocemos y ya se encargan ellos de no hacer ruido con ellas. Aprovechando esta ola de democracia horizontal sobrevenida y de merecido desprestigio político, sería de justicia repensar los privilegios de los representantes públicos y de sus entornos, normalmente fruto de decisiones de épocas alegres hoy evidentemente caducadas y que en casi cuarenta años nadie ha revisado salvo para aumentarlos.

Vivimos uno de los momentos de mayor exigencia democrática desde la Transición. Una de esas etapas en que lo único que une a la ciudadanía, harta de tanta corrupción, inequidad e ineptitud, es el clamor por la transparencia, la igualdad, la racionalidad.

Si alguien se sigue preguntando porqué repiten los políticos, incluso algunos ganando menos que en sus ocupaciones profesionales quienes las tienen no duden de que la respuesta está en esos privilegios que les hacen sentir el poder. El poder. El conocimiento y reconocimiento de la calle, la invitación, la felicitación cómplice inesperada y, sobre todo, esa retahíla de prebendas normativamente establecidas y claramente opacas al ciudadano que algunos quieren convertir en derechos. El poder, ah, tan inmerecido como ansiado por quienes han sido incluidos en una lista cerrada, roma de responsabilidad personal, por alguien del partido con criterios de amistad o fidelidad.

La responsabilidad personal, contra la que se revuelven los políticos no en vano siempre se ponen a disposición del partido, nunca de los ciudadanos, ni siquiera de sus votantes decía que la responsabilidad personal la cercena las listas cerradas. Tanto es así que quienes han sido criticados por los indignados condenaban los escraches como intromisión en sus vidas privadas como si la condición de representante público tuviera horario, mientras cínicamente disfrutaban de sus privilegios las veinticuatro horas del día, los 365 días del año y, según quiénes, hasta una jubilación de lujo.

Con estos mimbres entramos en un período reelectoral vergonzante, donde un puñado de políticos, los que lideran las listas el resto es comparsa, mostrando una ineptitud bananera, no han sabido gobernar en las legítimas condiciones que emanaron en diciembre de las urnas. La decadencia de la clase política es tal que costará decidir el voto, costará superar la confianza defraudada, costará superar el abstencionismo. Aunque a ellos, a los de los privilegios y prebendas públicas, realmente les da igual: están a punto de jurar o prometer nuevamente el uso y abuso del poder. Así de crudo.

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