La repesca de filmes nominados que después de los Oscar hacen los circuitos comerciales nos permite ver algunos tan estimulantes como Trumbo, la historia del funesto macarthismo a través de su víctima más notoria. Quizás la necesidad de divulgar esa historia y el tono digestivo con que se hace se impongan a sus propios valores estéticos, pero ¿qué hay de malo en que una película nos guste sobre todo por la historia que cuenta y el buen estilo con que lo cuenta? En tiempos dominados por superhéroes hace más falta que nunca recordar a los héroes, con sus grandezas y flaquezas, para no ser abducidos por la tontería. Queda la pregunta de por qué la Academia no premió finalmente con un Oscar la inmensa actuación de Bryan Cranston (en Trumbo). ¿Era pedir ya demasiado a Hollywood a la hora de revisitar el tiempo en que persiguió cruelmente a los comunistas sólo por difundir sus ideas?
