Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

El ébola de las carreteras

Si en Mallorca hubiera indicios de un supuesto caso de un posible contagio de un presunto paciente de ébola, más de un vecino subiría preocupado...

Si en Mallorca hubiera indicios de un supuesto caso de un posible contagio de un presunto paciente de ébola, más de un vecino subiría preocupado las persianas. Diez personas han fallecido en las carreteras mallorquinas en abril, al límite de la carnicería. El doble que en los cuatro primeros meses de 2015, pero no notará usted ni un coche menos a su alrededor. Un año atrás, el atentado de Charlie Hebdo que conmocionó al planeta se saldó con doce víctimas. Se montó una manifestación de jefes de Estado en París. En cambio, la atención se fija en la isla sobre los detalles truculentos, sin una reflexión general. El milagro del asfalto es su capacidad de absorber la sangre con resignación, ni siquiera están bien vistos los artículos de alarma.

¿La comparación con enfermedades que atacan a la juventud está desenfocada? Veamos, nueve de los fallecidos tenían menos de 55 años. Dos de ellos no habían cumplido los 25. Nada de tercera edad. En plenitud, estaban muy por debajo de cualquier previsión fatalista. ¿Los muertos en carretera no son contagiosos, no confundir un brote puntual con una epidemia? Es difícil buscar una palabra más exacta para este abril en Mallorca, y cuando se aclaren las proporciones epidémicas puede ser demasiado tarde. Las condiciones previas de exceso de tráfico, conductores no familiarizados con el mapa vial, pilotaje deportivo, estado de ánimo festivo y superposición de ciclistas permanecen intactas en mayo.

La Administración confía en la aceptación silenciosa de la sangre. Los paneles anunciando controles de velocidad, o las revisiones burocráticas de documentaciones y alcoholes, están trasnochados. Todo conductor que recorre diez kilómetros por las carreteras de Mallorca tropieza con personas que no deberían estar ahí. Demasiado nerviosos, con sus ráfagas y su afán testicular por amenazar al coche rival. Sobran medios técnicos para detectarlos, no se emplean. Las velocidades de 120 y 60 son igualmente peligrosas, falta el justo medio. Y la conciencia de que todo despiste será fatal para otros, porque en las carreteras de la isla siempre hay otros. Así lo hemos querido, y pagamos el precio.

Compartir el artículo

stats