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Antonio Papell

Hacia la victoria conservadora el 26-J

Si, como parece ya inevitable, el Rey convoca nuevas elecciones la próxima semana, el fracaso negociador de los partidos se habrá debido a la imposibilidad de lograr una mayoría reformista por la defección de Podemos, que ha apostado por la vía rupturista y radical. Y ello refuerza objetivamente las posiciones conservadoras, que se muestran al electorado como las únicas capaces de formalizar una propuesta homogénea, capaz de gobernar y de sacar a este país de este impasse ya demasiado largo.

El relato de la trayectoria de Podemos desde el 20-D permite corroborar esta tesis: desde las elecciones, Iglesias ha ofrecido al PSOE la fórmula de una coalición entre ambas formaciones, que requeriría el apoyo activo o pasivo del soberanismo catalán y del nacionalismo vasco. Fórmula que habría de basarse en la conjugación de ambos programas, que en su formulación original son incompatibles. Las diferencias entre ambos son notables en numerosos aspectos pero la principal discrepancia se relaciona con la UE: el programa de Podemos resultaría absolutamente inaceptable para Bruselas, por lo que queda en la indefinición algo que Iglesias ha tenido sumo cuidado en no aclarar: ¿qué posición adoptaría Podemos con relación a la pertenencia europea de España si tal coalición se llevase a término? ¿Abogaría por la ruptura o, como el caso de Syriza en Grecia, se sometería dócilmente (tras los consabidos aspavientos de protesta) a los dictados de la 'troika' para evitar una aventura de marginación y miseria?

La aventura de Tsipras debería ser ilustrativa para el electorado español: Syriza ganó las elecciones de enero de 2015 en el país heleno con un programa radical, también incompatible con la Unión Europea. Consiguió ser investido gracias a los votos del partido nacionalista y conservador 'Griegos Independientes' y las primeras marrullerías de aquel gobierno llevaron a la imposición del 'corralito' que aterrorizó a la población. Tsipras efectuó entonces una curiosa pirueta que incluyó una pintoresca consulta y unas nuevas elecciones en septiembre, tras las cuales comenzó a aplicar las políticas de ajuste impuestas por Bruselas. Esta es la razón por la que convenga preguntarse si su epígono planea una estrategia semejante?

En cualquier caso, no es dudoso que la negativa de Iglesias a participar en la iniciativa reformista PSOE-C's ofrece oportunidades al PP ya que en unas nuevas elecciones, tras el inquietante impasse de medio año, hay motivos para pensar que acudirá a votar al menos buena parte del millón largo de abstencionistas de filiación conservadora que, según los demógrafos, se quedaron en casa el 20-D. Y si el PP y Ciudadanos crecen, podrían acabar sumando una mayoría de gobierno. Y ello antes de que el PP se haya visto obligado a llevar a cabo el proceso de catarsis, regeneración y renovación que consideran necesario muchos observadores, también bastantes simpatizantes de esta formación política.

De hecho, Podemos, que ahora pretende engullir a Izquierda Unida, apuesta por la pinza encaminada a estrangular el espacio central. Una estrategia ya ensayada por Anguita (en Andalucía y en el Estado) en colaboración con Aznar, y que ahora vuelve impulsada por el veterano líder andaluz.

No es difícil ver que, por esta vía, Podemos, una de cuyas facciones argumentará más o menos explícitamente su voluntad de cambio de régimen, no avanzará hacia la hipótesis chavista, que aquí no pasa de ser una inviable utopía, pero sí favorecerá en cambio la emergencia de la derecha, que se nutre como es lógico de la incapacidad de la izquierda para ofrecer una alternativa moderada al vector liberal que, en primera instancia, suscitó el 20-D bien poco entusiasmo entre sus potenciales electores. Pero si la izquierda juega al radicalismo, lo lógico será que la sociedad, desazonada por tantos meses de zozobra, busque estabilidad en otra parte.

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