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Antonio Papell

De la 'posición común' al pragmatismo de Obama en Cuba

Cuba ya no podía mantener por más tiempo la ilusión de ser el árbitro de las balanzas ideológicas mundiales. Hasta ayer mismo, el régimen castrista ha escenificado una gran ficción, que Occidente interiorizaba con mala conciencia: el progresismo occidental sentía una irremediable y paradójica simpatía hacia la dictadura cubana, que mantenía/mantiene presos de conciencia demócratas en pos del pluralismo, nada menos pero que había logrado evadirse del diktat de los Estados Unidos. Y al mismo tiempo el pensamiento conservador hizo de aquel régimen el compendio de todas las maldades, la síntesis del más oprobioso y utópico izquierdismo, capaz de privar a sus súbditos de sus derechos fundamentales.

Cuba fue, en cierta medida, la piedra de toque de nuestras convicciones durante la etapa incierta de la construcción de nuestro propio modelo democrático. Antes y después de la caída del Muro de Berlín, la izquierda socialdemócrata y la de más a babor sintieron un crónico embeleso hacia aquellos discursos demagógicos de varias horas con que Fidel Castro apuntalaba los sucesivos equilibrios de su régimen, apoyado primero en la "guerra fría" y abandonado luego a su suerte, hasta que Latinoamérica, cuando todo parecía perdido, empezó su último periplo revolucionario, con Chávez a la cabeza, lo que dio a Cuba su último aliento, y la hizo capaz de sobreponerse hasta hoy.

Las relaciones oficiales de la UE con Cuba estuvieron marcadas por la presión exorbitante de los Estados Unidos sobre la isla, ubicada en su legendario patio trasero, víctima de un brutal embargo, condenada al ostracismo más feroz. Pero fue Aznar, nuestro Aznar, quien regaló a Washington los últimos rastros de autonomía europea en esa relación: la Posición Común, que supeditaba cualquier trato entre Bruselas y La Habana a la aceptación por Cuba de los códigos de derechos humanos, fortalecieron el numantinismo del castrismo cuando todo parecía perdido para los revolucionarios. Aquella radicalidad ultraliberal no consiguió una sola ventaja para los cubanos más bien acentuó el aislamiento del régimen y de la sociedad isleña pero sí tuvo un efecto importante: privó a España de cualquier protagonismo en la relación bilateral. Con Aznar, Cuba se alejó definitivamente de nosotros, como acaba de verse. Porque cuando el PSOE, en la etapa 2004-2011, intentó un nuevo acercamiento, la UE se había vuelto irreductible.

Finalmente, el centro-izquierda estadounidense, personificado en Barack Obama, ha roto el colosal círculo vicioso mediante un reconocimiento escueto que encierra una ardua filosofía: "el futuro de Cuba tiene que estar en las manos del pueblo cubano", ha dicho la mandatario estadounidense en el Gran Teatro de La Habana. El axioma tiene dos vectores obviamente: los cubanos han de ser soberanos y deben decidir sobre su propio autogobierno, pero también han de serlo con respecto al mundo. El castrismo tiene la obligación de entregar el poder real al pueblo porque "todas las personas deben tener el mismo peso ante la ley y los ciudadanos deben tener el derecho a la libertad de expresión y a criticar a sus gobiernos y a practicar su fe en forma pública, además de elegir a su gobierno de forma pública y secreta". Pero nadie tiene derecho desde fuera de Cuba a presionar a los cubanos para que avancen en una determinada dirección.

En apenas unos días, Cuba ha sido penetrada por luminosos haces de ideas que anuncian nuevas aperturas la de la democracia, la del turismo, la de las nuevas tecnologías incluido internet, gracias a la iniciativa de un presidente progresista que, tras constatar que más de cincuenta años de presiones no han conseguido hacer progresar adoctrinamiento alguno, ha decidido brindar a Cuba y a su gobierno toda la ayuda posible para iniciar una nueva etapa de búsqueda de nuevos espacios, de nuevas aventuras, en un contexto de valores positivos y de nuevas formas de entender la fraternidad.

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