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Bruselas se descara

Algunos europeos de buena fe, la señora Merkel entre ellos, se impresionaron al contemplar riadas de infortunados que huían del delirio bélico que se estaba desarrollando en Siria, a consecuencia de la irrupción del Estado Islámico, que complicó la guerra civil que ya se estaba desarrollando y que obligó al desplazamiento de millones de personas, amenazadas por un conflicto generalizado y brutal.

Tanto fue así que se pergeñaron planes de acogida de los refugiados provenientes del Este, es decir, de aquellas personas que huían porque su vida corría peligro cierto si no lo hacían, y podían beneficiarse por tanto de lo previsto en los grandes convenios internacionales, en concreto de lo dispuesto en la convención sobre el estatuto de los refugiados de 1951, que fue un logro de la civilización occidental que había vencido pocos años antes a las potencias fascistas del Eje. La UE debía acoger a 160.000 personas y España unas 15.000.

Pues bien: tales planes han fracasado estrepitosamente: apenas han sido acogidos unos cientos de refugiados y España, en un alarde de generosidad, ha aceptado a 18. Pero ya han cesado los discursos buenistas y las promesas de ayuda: el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, acaba de dirigirse en tono admonitorio y descarado a los que aún acarician la idea de venir a Europa: "No arriesguéis vuestras vidas ni vuestro dinero. Ni Grecia ni otros países os dejarán pasar". ¿Para qué continuar con disimulos si, al cabo, esta es la cruda realidad de Europa?: no queremos más inmigrantes. Así de claro.

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