Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Camilo José Cela Conde

Invasión vaticana

Si las primarias, los caucus, el Partido Republicano o el azar no lo remedian, Donald Trump puede convertirse en candidato al cargo de más de poder de todo el planeta. Lo que quiere hacer con él si lo logra alcanzar forma parte de cada mitin que imparte o rueda de prensa que concede, así que podemos darnos por avisados. Quiere, por ejemplo, levantar un muro de Berlín a lo largo del Río Grande que forma la frontera entre Méjico y los Estados Unidos. Quiere echar a los inmigrantes, no se sabe muy bien si a los ilegales o a todos ellos aunque, de ser esta última la respuesta, el país se va a quedar en la práctica despoblado. Pero entre todos los planes que Trump, el del peinado imposible, quiere poner en marcha cuando ocupe el Despacho Oval el que más me fascina es el de impedir que los extremistas islámicos ataquen al Vaticano, amenaza ésta que, salvo él, no conocía nadie.

El asunto viene de las críticas que el Papa Francisco ha hecho acerca de la fe religiosa de Donald Trump quien, de acuerdo con el Obispo de Roma, no sería cristiano. Se trata de una acusación de las que duelen, en especial si se dirige a alguien que muestra tanto fundamentalismo en el terreno del cristianismo como los imanes de Daesh en el Islam. Así que el aspirante a candidato del Partido Republicano se vio en un aprieto: ¿cómo manifestarse cristiano hasta la saciedad y, a la vez, llamar mentiroso al Papa? Trump optó por una defensa en forma de ataque hipotético: de invadir los partidarios de la yihad al Vaticano, el Papa desearía que él fuese el presidente de los Estados Unidos. Y no por razones de contraataque en defensa de un Vaticano en guerra sino porque, de acuerdo con el potentado Trump, de ser él el presidente eso no podría suceder.

Cuesta trabajo imaginar por medio de qué sistema se lograría no ya echar al Estado Islámico del Vaticano sino ni siquiera hacerlo de Siria, que es donde lleva a cabo su guerra particular. Parecía que los altos mandatarios de los Estados Unidos ya se habían aprendido de memoria la verdad terrible de que las guerras no se ganan nunca ni siquiera contando con el arsenal de armas más enorme que quepa imaginar. El mandato presidencial de Obama se ha parecido poco al del último presidente belicista, el de George Bush hijo, una vez que las aventuras guerreras de Afganistán e Irak terminasen como terminaron (si es que puede decirse que se han acabado de alguna forma). Invadir Siria habría sido la respuesta más probable antes de que la guerra de Vietnam enseñase cuáles son los peligros de enviar tropas a lugares de los que no se sabe cómo podrán salir.

Pero hay que reconocer que el caso del Vaticano es en verdad de los más atrayente aunque sólo sea como hipótesis literaria o cinematográfica. ¿Y si terminase invadido por las hordas del extremismo islámico? Pues bien, conociendo a Donald Trump, cuesta pensar que haya nunca un Papa tan trastornado como para dejarle enviar tropas, por más que fuesen amigas, a lugares como el Museo Vaticano.

Compartir el artículo

stats