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Antonio Papell

Retirarse a tiempo

El mal resultado del Partido Popular en las elecciones del 20D, a las que la formación conservadora ha llegado después de promover meritoriamente la salida de la segunda recesión y de haber lanzado nuestra economía a una apreciable velocidad de crecimiento ¿qué hubiera pasado si los datos macro hubieran sido peores?, pone evidentemente en cuestión el liderazgo del partido, que llega materialmente destrozado a las negociaciones de gobernabilidad a causa de una corrupción sin precedentes en su seno. En efecto, los focos de ilegalidad y corrupción ya no son pústulas aisladas: la degradación moral ha adquirido en el PP carácter sistémico, ya no se puede camuflar en absoluto bajo el pretexto de la financiación del partido, y se extiende desde la sede nacional de Génova hasta el nivel local, pasando por las perversiones autonómicas que, en el caso de la comunidad valenciana, han alcanzado extremos difícilmente imaginables si previamente no se hubiera extendido un aliento de lenidad y amoralidad del que habrían participado no sólo los elementos corruptos sino también los máximos dirigentes.

Así las cosas, el líder del PP ha constatado el aislamiento de su formación política, que, con apenas 123 diputados 122 en realidad, porque uno de ellos, acusado de corrupción, ya está en el grupo mixto no ha podido aceptar el encargo de formar gobierno que en primer lugar le ha efectuado el jefe del Estado. Su propuesta de constituir una "gran coalición" con el PSOE y con Ciudadanos ha caído en saco roto. No es fácil pactar con quien a diario ha de tragarse nuevas informaciones sobre episodios de corrupción que le involucran directamente.

Tras la negativa de Rajoy al monarca y de los demás partidos al PP, el Rey ha encargado formar gobierno al segundo en liza, el socialista Pedro Sánchez. Y ha surgido una corriente de opinión muy plural que sugiere que Rajoy dimita del liderazgo popular para facilitar la posibilidad de que el PP se abstenga cuando Sánchez se presente a la investidura, apoyado por Ciudadanos. De este modo, el PP evitaría que el tándem PSOE-C's hubiera de apoyarse en Podemos, pagando a cambio un gran peaje no sólo programático sino en términos de prestigio internacional.

Es lógico que Rajoy, quien después de todo ha ganado las elecciones pírrica victoria pero victoria al cabo se niegue a esta opción, que considera injusta. Pero la alternativa más probable, las nuevas elecciones, podrían provocar una nueva caída del PP hacia pozos insondables, como pronostican otra vez las encuestas. En cambio, un PP en la oposición, renovado en sus cuadros dirigentes, estaría en condiciones de liberarse mucho más fácilmente del fantasma opaco de la corrupción, de desligarse completamente de sus excrecencias degradadas, de remontar el vuelo en el aprecio popular y en las encuestas. Por supuesto, si el PP aceptara tal renuncia, sería a cambio de participar muy activamente en el proceso de reformas que requiere este país incluso la reforma constitucional, que además no podrían llevarse a cabo sin su contribución.

Rajoy ha desempeñado una labor reseñable, que el tiempo se encargará de juzgar, pero no parece que pueda rehacerse fácilmente de la decadencia de su organización, que él no ha provocado pero que ha sido incapaz de evitar. Alguien ha dicho, y con razón, que es difícil encomendar el cuidado del país a quien no ha sido capaz de cuidar su propia casa. Y una retirada a tiempo le evitaría las penalidades que podría depararle la resistencia a ceder el paso a personas incontaminadas, que no hayan tenido relación alguna con unos escándalos que están sin duda en el origen de la gran oleada de cambio político que ha invadido este país y que se ha reflejado bien explícitamente en los resultados electorales del 20D.

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