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Jose Jaume

El Rey impide el gran absurdo de Rajoy

En las Españas han pasado muchas cosas. No puede dudarse de que están a punto de acaecer muchas más. Algunos de los sucesos de nuestro tiempo requerirán del concurso de especialistas para que se hagan comprensibles: será y es peliagudo entender cómo Mariano Rajoy ha podido ser presidente del Gobierno primero y, después del 20 de diciembre, ostentar sin ser zarandeado la presidencia de su partido, el de las derechas españolas, que asiste estupefacto, inane, a la petrificación de su líder.

Deben de ser legión quienes en el PP se declaran incapaces de escudriñar las causas por las que Rajoy ha cedido la iniciativa a los socialistas. La pretensión de que el Rey le concediese un indefinido punto muerto, haciendo dejación de sus tasadas funciones constitucionales, al optar por no encargar a nadie someterse al pleno de investidura, constituye un gran absurdo. Rajoy está a un paso de conseguir lo que en 2011 era un imposible: la ruina del PP como partido hegemónico no solo de las derechas sino del esquema político español. Cuando pase a la oposición, será objeto de un linchamiento sin precedentes por parte de los suyos, que, además, se las verán con un panorama desolador. El galleo de quienes en el PP aducen que pueden bloquear cualquier reforma por disponer de la mayoría absoluta en el Senado y de la minoría de bloqueo en el Congreso, es propio de los que se niegan a asumir la realidad: el partido de la derecha se desmoronará. Después de lo de Valencia está fibrilando. A Rajoy Brey el PP de Valencia le salvó del apiolamiento en 2008; en 2016 los restos del PP de Valencia se lo llevan por delante.

Felipe VI, al ceder a Pedro Sánchez la iniciativa tras constatar la incomparecencia de Mariano Rajoy, ha roto la ensoñación de éste y ha lanzado al atribulado líder socialista, cercado por los suyos, especialmente por la lerrouxista Susana Díaz, una populista demagoga, funcionaria de siempre del impenetrable aparato del PSOE andaluz, a la que quienes le supusimos la capacidad de dirigir el socialismo español ha proporcionado un inmenso chasco. Felipe VI ha concretado lo dibujado por las elecciones, las que han dado a los socialistas el eje de la política española. Falta saber si Pedro Sánchez será capaz de conseguir que en el Congreso de los Diputados se materialice su investidura, pero el jefe del Estado ha cerrado con siete llaves la puerta de acceso a la pretensión rajoyista de embalsar el resultado electoral hasta que la investidura le llegase por putrefacción.

Ahora o es Sánchez o nos adentramos en una nueva convocatoria electoral, que no elecciones anticipadas, que son otra cosa, allá hacia junio. El pronóstico que cabe formular es el de que no habrá disolución de las Cortes: las elecciones no se repetirán. Pedro Sánchez obtendrá la investidura, en precario, pero la conseguirá, con lo que todo lo que tiene que pasar después de lo que ya ha acontecido e iniciará su andadura. Las razones por las que hay que descartar la alternativa de nueva convocatoria de elecciones hay que buscarlas en que a ningún partido le conviene la disolución de las cámaras, empezando por el PP, al que Valencia ha desencuadernado, dejado sin ninguna posibilidad de iniciativa y, lo que es fundamental, con la certeza de que no puede vérselas con una campaña electoral. La encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) no ha de ser tomada en consideración: Valencia y el encargo regio a Sánchez lo ha cambiado todo para el partido de la derecha hispana.

En Ciudadanos están dispuestos a las renuncias necesarias para investir a Sánchez. ¿Qué gana Rivera yendo a elecciones? Tal vez algunos diputados. También puede perder bastantes. No hay que correr riesgos. Está actuando con habilidad, la que se echa de menos en Pablo Iglesias, demasiado bronco y mitinero al plantear ofertas a los socialistas; Rivera busca situarse en el centro, pegado al secretario general del PSOE. Lo que hoy es imposible para Ciudadanos: la abstención si Sánchez pacta con Podemos, es factible que deje de serlo en la votación de investidura. Los acuerdos subterráneos, que a la larga deciden los cambios sustanciales, es probable que ya se estén pactando con Rivera, quien aguarda el momento de que Ciudadanos sea ungido con la primogenitura de la derecha ante el cercano colapso del PP.

¿Hará Podemos imposible el pacto con el PSOE? Queda dicho que los modos con los que se maneja Pablo Iglesias no parecen los adecuados para plasmarlo. Hay en el dirigente de Podemos una sobredosis de soberbia y de acidez que no facilita los acuerdos, en el supuesto de que esa sea la intención; si, como sostienen no pocos, dentro y fuera del PSOE, en especial la derecha, la pretensión es la de dinamitar al partido socialista sí se entiende la brusquedad de Iglesias, quien, al comprobar que es Sánchez el que ahora marca los tiempos, quien tiene la iniciativa, no acaba de hallar su lugar. Pronto sabremos cuáles son las reales intenciones de Podemos, si está dispuesto a ceder para pactar, dejando de ofrecerse públicamente con un gobierno hecho, en el que ocupa los ministerios clave. El pacto es otra cosa: no se puede acotar hasta extremos imposibles antes de iniciar la negociación. Es lo que ha hecho Iglesias, aunque no por ello se deba suponer que reniega del acuerdo: PSOE y Podemos están en disposición de entenderse, por mucho que las abundantes momias socialistas y Susana Díaz traten de impedirlo y que los exabruptos de Podemos lo dificulten.

Que PSOE, Podemos y las ruinas de lo que fue Izquierda Unida no sumen, no es el impedimento que desde la derecha se trata de escenificar, amplificándolo hasta convertirlo en un obstáculo insalvable. Las abstenciones de los nacionalistas catalanes o la ausencia de sus diputados es plausible. Ayer, el diario del régimen, el que un día fue medio de referencia del progresismo español y hoy desesperado portavoz del proyecto de gran coalición, se despachaba con un titular tremebundo a propósito de la estrategia secesionista de Carles Puigdemont. Decía que el presidente de la Generalitat aprovecha el vacío de poder para iniciar en la cámara catalana los trámites que han de conducir a la independencia. Proyectos que se dilatarán en el tiempo. La enésima carga de profundidad para Pedro Sánchez.

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