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El despertar de la ñoñería

El despertar de la fuerza ya es la película más taquillera del año. Un hecho nada sorprendente si tenemos en cuenta la gran cantidad de fans de Star Wars que deseaban conocer, treinta años después de la trilogía original, qué había sido de los míticos personajes de la saga: ¿Luke Skywalker se habría pasado al lado oscuro? Tras matar al Emperador y salvar a Darth Vader, ¿habría vencido por fin la República al Imperio? ¿Qué sería de Han Solo, el cazarecompensas más sinvergüenza de la historia del cine, al cabo de tres décadas? Lo cierto es que, una vez conocidas las respuestas, una preferiría seguir con la incógnita. Más allá de los efectos especiales y algunos guiños a los nostálgicos, la secuela no ofrece nada nuevo al espectador.

No descubrimos la penicilina si denunciamos la mercantilización del arte y la cultura. Si el merchandising funciona, si es un éxito en taquilla, si se recaudan miles de millones de euros o de dólares, el producto es bueno. Todos se dan por satisfechos aunque el guión sea una auténtica basura. Por desgracia, no sólo ocurre con el cine. Ahí están las Cincuenta sombras de Grey. O el Gran Hermano. Mientras tanto, muchos siguen aplaudiendo. Porque Star Wars ha vuelto para quedarse, y nos amenazan con una nueva película cada año hasta 2020. Incluso a los fans de la trilogía original nos suena a castigo. El principal defecto „que era ya un temor anticipatorio„ es que sea Disney la encargada de rodarlas. En el cine, ya estaba recordando un ensayo de 1996: La tentación de la inocencia, del francés Pascal Bruckner. Un libro que explica perfectamente por qué a algunos esta secuela nos parece una tomadura de pelo.

Nada tiene que ver Disney con los cuentos de hadas. Los cuentos tradicionales europeos „Grimm, Carroll, Perrault„ ponen un espejo enfrente de los niños. Les enseñan reflejados sus miedos, sus complejos y sus impulsos inconfesables. Les enfrentan a sus angustias, a la vez que les enseñan a canalizarlas de manera coherente: de ahí su función pedagógica a pesar de la violencia de algunos de ellos. Disney no es nada de eso: no hay personajes ambiguos, las brujas no dan mucho miedo y „si lo dan„ es insignificante porque siempre ganan los buenos. Los buenos son tan buenos que acaban siendo ñoños y cursis. ¿De verdad recordamos que la infancia es eso? ¿O es simplemente lo que los adultos queremos representar que fue? Uno acaban tan empalagado de sentimentalidad apta para todos los públicos que sale del cine queriendo matar a Kylo Ren, pero no porque dé miedo, sino por su sensiblería dulzona y adolescente. ¿Es un malo? Es un insulto a Darth Vader.

Sin embargo, lo que resulta ya una ofensa a la inteligencia es la banalización de la fuerza. Todos recordamos la escena del Episodio IV en que Obi Wan Kenobi la utiliza para burlar un control de dos soldados imperiales cuando él y Luke van en busca de Solo y su Halcón Milenario. "La fuerza es poderosa con las mentes débiles", le dice a Luke, ante su asombro. Obi Wan Kenobi. Un maestro Jedi. Pues bien, resulta que ahora una niñata „la actriz es lo único que se salva„ sin entrenamiento alguno y sin conocimientos es capaz de hacer lo mismo. Y de mover objetos con la mente, como a su padre le costó una trilogía entera aprender. Sólo porque es su hija. Una vez más, Disney ha hecho desaparecer la ambigüedad de la fuerza. No queda nada de ese dualismo por el que había que aprender cuidadosamente a usarla para evitar el lado oscuro. Todo es fácil. Sin esfuerzo.

El consumismo glotón, el espectáculo en que vivimos destruye todo el valor que pudo tener alguna vez el arte. Se expresa con los mismos términos: el valor, la fuerza, la valentía. Pero los vacía de contenido. Y tiene éxito porque nos sugiere que todo lo que ayer era difícil hoy se nos vuelve accesible en un abrir y cerrar de ojos, como por arte de magia. Como si los alumnos pudieran aprender sin estudiar: matemáticas o el uso de la fuerza. Buscamos las gratificaciones inmediatas y sencillas, alejadas de cualquier cosa que suponga sacrificio, disciplina, esfuerzo. Por eso nos cae bien Rey. Porque, en realidad, todos querríamos poder hacer lo mismo que ella: tener éxito por ser quienes somos, no porque tengamos que trabajárnoslo. De esta forma, ¿cuál era el valor real de Star Wars y en qué se ha convertido ahora? Algo sí podía enseñarnos sobre la naturaleza humana aunque ambientada en una galaxia muy, muy lejana. Lo mismo que ahora estamos absolutamente dispuestos a desaprender con la misma facilidad con que eliminamos de las aulas el estudio de los clásicos, la retórica, la religión o la filosofía. Pero El despertar de la fuerza ha sido un éxito. Como lo serán „me temo„ los siguientes films. Sin que nos preguntemos qué ha cambiado en treinta años para que así sea.

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