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Norberto Alcover

La compasión en la carne

Decía el retirado Benedicto XVI, uno de los papas más inteligentes del siglo XX y comienzos del XXI, que el problema de Europa no era la negación de Dios sino la ausencia de Dios. Es un matiz de enorme sutileza teológica pero no menos antropológica, por lo menos desde un punto de vista cristiano. Y no se refería solamente al Dios de los cristianos, cuya encarnación celebramos los creyentes en Navidad, porque extendía su constatación a Dios en general: la Europa del Dios ausente. Dicho de otra manera, la Europa del ateísmo práctico, aunque no niegue a Dios ni pública ni explícitamente. Y añadía Benedicto, siempre denostado pero al final de gran valentía, que esta situación no sería positiva para una Europa que, al fallarle el Dios en cuanto Dios, quedaría sin referente sustancial. Más aún, ante la mediocridad del pensamiento europeo, añadía que se trataba de una frivolización que hincaba sus raíces en "el previo humanístico", y desde ahí golpeaba la trascendencia hasta cebarse en Dios como realidad fundante. Imagínense lo que diría ahora mismo, pasados solamente tres años de su admirable renuncia y la presencia siempre oxigenante de Francisco. Cuánto me gustaría charlar un largo rato con el anciano papa, para que me animara a sobrevivir a tanta mediocridad. Ya, ni nos damos cuenta de la profundidad de nuestro problema, dominados por secundariedades a las que hemos convertido en baales venerados. Muerto el pensamiento, perece Dios en cuanto Dios. Pero adoramos becerros de oro.

Escribo así porque el misterio de Navidad trata precisamente de la presencia de Dios en nuestra carne humana, hasta el punto de que si en la carne humana no contemplamos la presencia de Dios, esa carne, nuestra carne, discurre hacia una perfecta finitud y al fin hacia la muerte también perfecta, es decir, absoluta. Es evidente que vivir en una carne desdeificada puede conjugarse con una vida absolutamente feliz, por supuesto. Pero lo que me interesa proponer es el "sentido íntimo de esa misma vida": aceptar que la finitud y la muerte definen nuestra existencia porque definen, antes, nuestra misma esencia. Nada de juego de palabras. Porque los sirios que son asesinados o que se convierten en refugiados cambian de imagen si mueren para siempre al morir o por el contrario mueren camino de otra vida más llamativa y esperanzada: se encontrarán con un Dios que juzgará a sus asesinos directos o indirectos. Y entonces, ellos, los sirios con cuyas vidas estamos jugando en mesas políticas mientras bombardeamos sus tierras, a sus hijos e hijas por ejemplo, permanecen junto a un Dios que sí es presente aunque para nosotros sea ausente. Le expulsamos de Europa, pero permanece presente en lo que llamamos "carne dolorida". Y tendrá la última palabra.

La ausencia pretendida o permitida de Dios se convierte, como decía Benedicto, en un drama humano de desconcertantes consecuencias. Repito que puede vivirse felizmente en tal situación, pero sería oportuno darse cuenta de lo que está en juego. Para no dolerse más tarde de la barbarie que engendra aquella frivolización que colocábamos en la raíz de todo. Si pensar ha pasado de moda, es evidente que Dios también ha quedado relegado. Lo hemos ausentado. El "previo humanístico" se convierte en "consecuente teológico". Pero podemos, insisto una vez más, podemos vivir en la burbuja de una maravillosa felicidad. Faltaba más.

¿Damos un paso más precisamente en este día inmediato a la Navidad, cuando celebraremos la llamada Nochebuena? Démoslo. Resulta que si creemos en la encarnación de Dios en un tal Jesús, Jesucristo desde ese momento, entonces nuestra carne es inundada por la compasión, y alcanza ese "estado de misericordia" que Francisco desea protagonice este inmediato 2016. Si en nuestra carne está Dios, entonces lo que sucede a nuestra carne? le sucede también a Dios. Y supongo que se nos hará imposible permanecer crueles y distantes de los sirios, por poner el mismo ejemplo. Así, Navidad es revolucionaria al erigirse en celebración contracultural. Y de esta manera, para sorpresa nuestra, el "previo teológico" determinará el "previo humanístico", al revés de lo que planteábamos antes: si Dios se hace carne es que la carne acoge el misterio de Dios. Nosotros, los creyentes cristianos, llamamos a este hecho Encarnación, y al nacido, Jesucristo. Y con Jesucristo desaparece la ausencia de Dios entre nosotros y recuperamos su presencia tan misteriosa como necesaria. Porque se trata de recuperar "la compasión en la carne", que ya hemos dicho se llama Misericordia. Vivir en estado de buen samaritano. Convivir entre hermanos. Trabajar por un Dios encarnado ayer, hoy y mañana. Los maitines de esta noche con el cántico apocalíptico de la Sibilla, adquieren sentido extraordinario desde esta aceptación, pero de lo contrario, aparecen como un mero acto ritualista y cultural. Que a nadie salva de su egoísmo.

Me uno a todos los lectores/as en este día prenavideño pero ya inflamado de belleza inasequible pero sí contemplable. Tal vez, sea un momento oportuno para mirarnos al espejo de nosotros mismos/as y definir nuestra imagen compasiva. Porque con la ausencia de Dios, tal vez disminuya "la compasión en la carne". De otra manera, la solidaridad misericordiosa de Francisco pierde fuelle sin la aceptación de un Dios que se encarna en todos/as nosotros según Benedicto. Sin fe no hay amor. Aunque podamos ser maravillosamente felices.

Dichosos y compasivos días.

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