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Singularidades y privilegios

Albert Rivera, que ha sido un modelo de equilibrio en la formulación y en la defensa de un programa centrado de gobierno y que ha introducido raudales de oxígeno en el aviejada recámara del poder político de este país, ha combatido con eficacia los particularismos nacionalistas de su nacionalidad de origen, Cataluña, donde la afirmación identitaria se ha convertido en insolidaridad y en egoísta ruptura.

Sin embargo, se equivoca el líder de Ciudadanos cuando confunde la singularidad con el privilegio. En el caso de Euskadi y Navarra, la Constitución ha preservado sus singularidades fiscales históricas sin ánimo alguno de convertirlas en un privilegio, por lo que no tiene sentido combatirlas, en contra del sentimiento y la voluntad de la inmensa mayoría de los vascos y los navarros.

No es difícil de entender que lo que puede generar inequidad y privilegio no es el concierto vasco sino el cupo, es decir, el cálculo de las contrapartidas que Euskadi debe prestar al Estado a cambio de los servicios que recibe de él, por lo que bastaría con negociar adecuadamente el cupo, incluyendo en él una cuota de solidaridad interterritorial, para que la fórmula fuera inobjetable. ¿Por qué, entonces, herir sensibilidades con reformas, si el actual statu quo pacífico no tiene necesariamente que generar distorsiones?

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