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Hace 40 años, "Españoles... Franco ha muerto"

Cuatro décadas, el próximo viernes! Y no diré que parezca ayer por reconocer a la Transición y sus logros democráticos la importancia que merecen. Máxime para quienes estuvimos en aquella interminable espera hasta que la gastritis hemorrágica, peritonitis o lo que fuese, acabaron por fin con el Caudillo pese a los veinticuatro del "equipo médico habitual", faenando en El Pardo y después en el hospital de La Paz.

Aunque, es de justicia consignarlo, siguió en sus trece hasta poco antes de estirar la pata, sin que los cuarenta años de alivio hayan borrado los otros tantos que duraron sus tropelías. Entre otras, ciento treinta mil ejecuciones en la retaguardia durante la guerra, 50.000 penas de muerte tras la misma según Preston, tal vez el mejor biógrafo de aquellos tiempos sombríos, más de 300.000 exiliados -muchos menos de quienes habrían querido serlo- o, por no seguir, unos 150.000 niños desaparecidos y hurtados a sus madres con la sin par colaboración de la Iglesia. La misma que -algún cura catalán mediante- bautizara la sublevación y ulterior represión como admirable Cruzada que finalizaría en septiembre de 1975, dos meses antes del anhelado desenlace, con la firma de cinco sentencias de muerte para otros tantos miembros del FRAP.

Eso de que los pueblos no tienen memoria, al decir de Baroja, pues a saber a qué pasado se refería el escritor porque, con relación a éste, si una cosa no hay es el olvido de la mediocridad y la ignominia, soportadas entonces como mejor se podía. Ochenta y dos años tenía el denostado -para la mayoría- hombrecillo aquel veinte de noviembre; el mismo día y mes en que murió tiempo atrás el fundador de la Falange, por lo que va haciéndose una fecha para llevar al altar aunque sólo fuese por subrayar las alegrías que trajo consigo, si bien, y a pesar de estar refiriéndome al Generalísimo, no de forma general. Carlos Arias Navarro tenía la voz entrecortada y sus ojos empañados cuando anunció la buena noticia; "España siente como nunca la angustia infinita de su orfandad", alcanzo a decir después entre suspiros, y algunos medios se hicieron eco de su dolor. Fue el caso del diario ABC: "Vivo en la Historia", pronosticó el periódico ese mismo día poniendo el punto de amargura a la extensiva felicidad.

Pese a todo, tendrían ustedes que haber presenciado lo que yo, simple pasajero en aquel barco repleto de exiliados y con rumbo a América desde un puerto francés; el júbilo desbordado en cuanto empezaron a llegar las noticias sobre la inminencia de su final, coreado con vítores y brindis que todos aplaudíamos con independencia de la respectiva nacionalidad. La anunciada muerte de Franco pasó a ser, en los siguientes días de navegación, el único argumento para las vigilias de quienes habían debido trasladarse lejos para sobrevivir y, para los que quedaron en aquella España, el tan esperado punto y final de una glaciación cultural, en palabras de Mainer, que nos convirtió a muchos en lectores a hurtadillas de obras prohibidas, conversadores en voz baja y obligados testigos de aquel tiempo denostado. Toda biografía es una disertación sobre la muerte, aseguró hace unos años el filósofo y escritor Fernando Savater; sin embargo, mientras el dictador respiraba, fue siempre disertación sobre la de los otros, sus víctimas, y con tal contumacia que llegamos a pensar que el conocido aforismo, "El hombre es un ser para la muerte", no rezaba con él y sí, de venir mal dadas, pronóstico para cualquiera que se desmandara bajo su bota.

Llegado aquí y escarbando en la memoria de los días que fueron, he de manifestar mi personal desacuerdo con la frase que suele atribuirse a quienes hemos dejado atrás la juventud, lo que seguramente compartirán muchos de quienes, entre ustedes, vivieron aquel agobiante entonces. "Cualquier tiempo pasado fue preferible a éste", dicen que es pensamiento frecuente en la madurez, pero ni siquiera con el "Contra franco vivíamos mejor", por parafrasear al desaparecido Vázquez Montalbán, cambiaría el trayecto recorrido para dar marcha atrás. Ni incluso en el supuesto de que los años transcurridos desde aquel venturoso veinte de noviembre de 1975, se esfumasen con el retorno para volvernos a los años mozos.

Asunto distinto sería, de poder elegir, optar quizá por el borrón y cuenta nueva. A este respecto, escribí unas líneas en meses pasados preguntándome qué vivencias y situaciones anotaría en una lista que devorase el olvido. Sin embargo, creo que la dictadura y muerte de su artífice no figurarían en ella. Sigo creyendo necesario, aunque sólo fuese por estricta ética, mantener su recuerdo y el de tantos otros cómplices del oprobio que murieron en sus casas y acompañados de los suyos (no hay peor cosa que morir solo, afirmó alguien), mientras muchos asesinados siguen en las cunetas. Y mientras no sea posible el duelo de tantas familias junto a sus huesos, nada de olvido. Y menos, perdón. Pero ya está el tiempo amarillo sobre su fotografía y, aunque sólo fuera por eso, un brindis el día 20. Como en aquel barco, el Donizetti, 40 años atrás.

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