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La obsesión por el envoltorio

Decía el cínico escritor Céline que no hay vanidad inteligente y, aunque tenga dudas al respecto, estoy de acuerdo en cuanto al tema de hoy. Porque el empeño de mantener juventud y tersura contra viento y marea (y ni les digo en estos meses de playa) será vanidad todo lo comprensible que ustedes quieran, pero ello no quita para que unas decisiones de lo más variopinto y que pueden tomarse desde la misma adolescencia hasta casi el fallecimiento, muevan en demasiadas ocasiones a la compasión. Cuando no a menear la cabeza para evitar una opinión que pudiera molestar.

Se diría evidente para cualquiera que la fealdad y el deterioro físico duran bastante más que la belleza, sea cual sea lo que consideremos como tal. Sin embargo, advertirán, a poco que miren, no sólo la extendida obsesión por la ropa la que se ponen a veces algunas es para abrir unos ojos como platos, sino lo que pueden meterse bajo la piel o incluso más adentro, en tetas y culo, para echar ese pulso a la naturaleza que, como es previsible, terminarán por perder. Y es que gravedad o deshidratación no ceden el terreno conquistado a cambio de cuatro perras. Si no son las patas de gallo, irán a por las canas (en general a un tiempo), aceptarán cualquier engaño con tal de evitar que la frente se apodere de la cabeza eso era para alguien la calvicie y, cuando no lociones para que crezcan 3.721 pelos al año como oí (más/menos algunos, supongo), puede tratarse de artificiales turgencias, desde las cejas o pómulos a salva sea la parte.

La frustración por el aspecto puede conducir a situaciones peregrinas y evidencias que se interiorizan con dolor de corazón. Una amiga me contó de otra, tan ágil y cimbreante como una mesa camilla y que, por remodelarse, se apuntó a un gimnasio. Tras la primera sesión, el profesor le aconsejó que mejor se dedicaba a otra cosa. A la dieta, por un decir. "Todavía no lo ha superado comentaba mi tertuliana. Y eso que le devolvieron el dinero". En cuanto a ella misma, origen de la digresión sobre las servidumbres a que puede obligar estructura o panículo, decidió semanas atrás que era llegada la hora de pulir su sensualidad. "Y no es que esté como ella, que tiene un trasero como tres veces el mío" precisó. Con ese objetivo en lontananza, se matriculó para aprender la danza del vientre, que al parecer exige agitar con voluptuosidad un pañuelo sobre la cabeza y que suenen, al mover las caderas en torbellino, los cascabeles de una corta faldita (también voluptuosa) que compró a los chinos. "¿Puedes creer que no se oía un puto cascabel? se lamentaba. A mí no me echaron, pero lo he dejado por esas malditas campanillas en silencio. Y no sé qué voy a hacer". Por incrementar su morbo deduje, aunque está de buen ver. Pero ella no debe considerar así su envoltorio.

Perseguir la eterna lozanía convierte al estrés en compañero inseparable y es que, encima, el canon a seguir puede variar: desde la apariencia filiforme y ahilada a las formas orondas. En consecuencia y por seguir la corriente, podría llegarse a conductas compulsivas: de la bulimia a la anorexia en un amén. O viceversa. Llegados a esos extremos, aderezados con hialurónico, silicona y masajes vibratorios hasta en las uñas, ¿no sería mejor asumir que de lo inevitable es mejor no hacer cuestión? ¡Pues no señor! Por más que los cascabeles sean la prueba fehaciente. Y como resultado de ese enfrentamiento con una estética empeñada en fastidiar, el tránsito por la vida irrepetible puede convertirse en el rechazo permanente de uno mismo y de las improntas del tiempo sobre la anatomía. El asunto se parece demasiado a las fases anímicas por las que transita un enfermo grave (¿Por qué me ha tocado a mí?, ¿qué es lo que habré hecho mal? Tal vez podría mejorar, o no, pero cuando menos no ir a peor?) para que, gozando de buena salud, la extendida obsesión a que me refiero no se antoje un algo enfermiza.

No obstante, el uso de ansiolíticos va en aumento. Ello no obedece únicamente a la crisis económica y el 75% del consumo corresponde al sexo femenino, tradicionalmente más preocupado por un deterioro en el aspecto que se interpreta como catástrofe. Se diría que los cambios corporales, propios de la edad, son vistos demasiadas veces como retos frente a los que se hace imperioso luchar, aunque la derrota sea el resultado previsible a medio plazo. "Porque nada podrá devolvernos la hora del esplendor en la hierba?". Frente a tal evidencia, ¿no sería más razonable aceptar lo sabido que perseguir la estabilidad, con la angustia consiguiente por no alcanzar una meta imposible? ¿Y más sensato mimar el interior de cada cual, por sobre la grasa o las bolsas bajo los ojos? Por gustarse más allá del espejo, quiero decir.

Supongo que muchos/as están por esa labor, pero fue oír a mi amiga, la de los cascabeles, y sentir la necesidad de reflexionar al respecto. Sin ánimo de dar lección alguna, por supuesto, pero no es la primera vez que veo a la tristeza surgir de la flacidez, de una cintura borrada? y no debiera ocurrir. Nadie se merece eso.

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