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Las servidumbres de la apariencia

Filósofos y pensadores varios se empeñan, contra viento y marea, en subrayar la primacía de lo que albergamos bajo la carcasa; que lo importante es ser auténticos y otras afirmaciones de parecida índole aunque, a lo que se ve, no llegan a convencer y en la práctica se constata que parece molar más ese espejo adelgazante donde te reflejas no como eres, sino como te gustaría. Aunque sigas con la vida sedentaria, los malos hábitos y poniéndote de pan con sobrasada hasta reventar.

Con esa evidencia, la presunción de que vivimos para decir lo que somos debería cambiarse por "lo que no somos", dado que la simulación lleva camino de convertirse en regla y se persiguen las apariencias, entrampándose si es preciso para camuflar desde la epidermis a las intenciones. Todo para resultar creíbles bajo la máscara. Y que ésta no oculte sino que subraye, pues qué quieren que les diga. Ya me explicarán, los que así opinan, el carisma de según quién y cómo ganan las elecciones algunos. O la mayoría. Tan extendida la pulsión por adulterar y recrearse a conveniencia que, en ocasiones, el propio falsario llega a convencerse de que es cierto el disfraz y no habrá quien le tosa.

Toxina botulínica contra las arrugas, para la calvicie o masaje con aceite de almendras por conseguir culo de brasileña (se tiene como modelo; tal vez la samba lo modela). Wonderbra para las tetas, vaginas de diseño y las mujeres coreanas se están apuntando a la cirugía ocular para mejor parecerse a las occidentales aunque también, convendrá precisar, los varones están aumentando aquí su demanda estética. Se trata de construir otra realidad merced al botox o la palabra, aunque unos labios como salchichas y el discurso vacuo no alcancen a ocultar edad o estulticia. Sin embargo, el empeño se consolida más allá de la incredulidad que suscita entre espectadores u oyentes, por lo que cabe deducir que besar un Frankfurt va a ser, en el futuro, la única opción para muchos. O que, como dijo en su día Emilio Lledó, lo que cuentan son las palabras. Con independencia de su fundamento, olvidó añadir.

Así se explica nuestra estupefacción al advertir la diferencia entre lo que pasa y lo que nos dicen que pasa. Una ley de transparencia que aseguran se cuenta entre las más avanzadas de Europa aunque no resista un análisis comparativo y, a su amparo, Rato aún campando a sus anchas, el fiscal ejerciendo de defensor respecto a la Infanta o Rajoy que sigue con las pelotas fuera. Metafóricas, claro, y en referencia a sus salidas por la tangente, quiero decir, aunque algo parecido podría afirmarse también de Podemos o del perrito del hortelano, y adscriban éste a quien prefieran. Salimos de la crisis, aseguran. ¿Así, en plural, se refieren a la mayoría? Y en espera de contestación, ¿seguimos con el tú más y a otra cosa mariposa? Por transparencia, naturalmente.

Se sabe desde antiguo que es preciso evitar a las gentes de partido por no ser partidarias de la verdad (Nietzsche), pero el consorcio nos las sigue colando las pelotas, sin que alcance a entenderse esa alternancia en el poder entre quienes denuncian las apariencias y los denunciados, que cambiarán los papeles, urnas mediante, para seguir en las mismas: de ganadores a colocados y luego viceversa con el fin, sea quien sea, de solapar las embustes a la medida de sus intereses y los de aquellos a quienes se deben. Tal es la subordinación a las apariencias que también ellos terminarán por creer, a fuerza de costumbre, que es su honestidad y buen hacer lo que inspira el discurso; que ese rictus de prótesis acabará por encandilar al personal y que su culo, el que ocupa sillón en Congreso o Senado, lo merece por turgente y cuasi brasileño. Y es que llevan tanto tiempo en el paripé y la doblez que ya no podrían reconocerse sin la silicona. Y después, tras el cese, el porvenir asegurado. Al igual que algunas famosas aseguran su trasero. Por lo que pueda pasar.

Tanta la hipoteca a las mentiras entre los mandamases que, cuando seamos llamados a elegir, el conflicto puede ser de órdago. Es sabido que el juicio suele depender de la comparación pero, llegado el caso, ¿con quién comparar? De haberlos sin botox en sus programas, en sus promesas, la decisión estaría cantada, ya que otra vez los filósofos removiendo obviedades para la ciudadanía no es cuestión de estética sino de verdad. Aunque quede por elucidar cómo la habrán disfrazado, con cuanto pegote encima, para dar el pego siquiera por el estilo, convirtiéndola en engaño irrefutable a falta de más y mejor información.

Y es que entre el justicierismo de los anticasta, el federalismo asimétrico, las pelotas de Rajoy o la independencia para un mejor estar y al resto que le den, uno termina por no saber a qué carta quedarse. Algo parecido a lo que sucede con el arte actual, puestos a buscar referentes; ¿descubrimiento de lo hasta ahora oculto a nuestra sensibilidad, o tomadura de pelo? Dicho de otro modo: que entre postizos, rellenos y maquillajes, aviados estamos con las apariencias frente a las elecciones que vienen.

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