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Joaquín Rábago

Radiactivos

Es un reportaje tremendo el que publica el semanario Der Spiegel en su último número y que nos recuerda la catástrofe nuclear ocurrida hace casi tres años „el 11 de marzo de 2011„ en Japón. Al día siguiente del tsunami que causó la enorme fuga radiactiva en la central nuclear de Fukushima, el portaaviones estadounidense Ronald Reagan, que había recibido la orden de acercarse a la zona devastada por el maremoto para prestar ayuda, atravesó una nube radiactiva.

Lo contó en su día el New York Times, según el cual militares que trabajaban en los helicópteros de rescate tuvieron que ser llevados a áreas especiales de descontaminación de la nave, pero ahora sabemos algunas de las consecuencias de aquella exposición. En las siete páginas que dedica a las secuelas de aquel episodio, el semanario ofrece el testimonio de algunos militares de ambos sexos hoy enfermos o que han perdido mientras tanto a alguno de sus compañeros.

Se habla de síntomas muy diversos y de operaciones quirúrgicas que apuntan a los efectos de la contaminación radiactiva: hemorragias internas, tumores, extirpaciones de tiroides o de vesículas biliares e incluso de defectos congénitos en criaturas nacidas después. Una de las afectadas, de nombre latino „Leticia Morales„ sufrió una extirpación de tiroides, y cuenta que el médico que la trató en su día le preguntó si había estado a bordo del Ronald Reagan, primer momento en que relacionó su enfermedad con la mayor catástrofe de la industria nuclear civil de la historia. Morales, como otros de los que enfermaron desde entonces, no culpan a la Armada de su desgracia. Les han inculcado el patriotismo de la bandera de la barra y estrellas y temen tal vez ser acusados de antiamericanos. Algunos han abandonado mientras tanto el servicio activo, y en su mayoría están además desperdigados por ese enorme país.

En cualquier caso, no serviría de nada, pues de acuerdo con la llamada Doctrina Feres del Tribunal Supremo, los miembros de las fuerzas armadas tienen prohibido demandar al Gobierno de Estados Unidos por mala praxis médica cualesquiera que sean las consecuencias. Así que, con la ayuda de dos valientes abogados de izquierdas, un negro de Alabama llamado Charles Bonner y el judío neoyorquino Paul Garner, veteranos de la desigual lucha legal contra las multinacionales, algunos de los enfermos, sus allegados o amigos decidieron proceder contra las empresas que construyeron o que gestionan la central accidentada.

De momento han ganado la primera batalla al conseguir que un tribunal de San Diego (California) admitiese a trámite su demanda, aunque sólo se presentó finalmente a la sesión uno de los afectados, el teniente Steve Simmons, en precario estado de salud y obligado a utilizar una silla de ruedas. La demanda incluye datos de 237 marinos enfermos, detalles sobre la construcción del reactor de Fukushima, la política nuclear del Japón y la táctica empleada por la Armada de Estados Unidos. Es mucho lo que está en juego, la industria nuclear es muy poderosa, y los abogados lo saben. Uno de ellos, Garner, recuerda que pasaron veinte años antes de que el ejército de Estados Unidos reconociera que el Agente Naranja que utilizó en la guerra del Vietnam para combatir a las guerrillas comunistas había causado un sinfín de enfermedades, malformaciones y muertes. Así que se recomienda paciencia.

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